Corría 1983 y con mi compañero de escuela Marcelo Fuentes
planeábamos ir a Pinamar. Ese verano había una fuerte campaña publicitaria con
este destino, imagino que impulsada por su municipalidad, cuyo leitmotiv era “Este verano me voy a
Pinamar” o algo así. La cuestión que tras un año de campaña electoral, primero
por la lista 51 del PJ que llevaban como precandidato a intendente de San
Martín a Emilio Cucaresse, y luego por Luder-Bittel, y Herminio Gobernador, ese
año de apertura democrática y derrotas electorales me terminé llevando nueve
materias y chau vacaciones. Pasaron los años, y pude conocer casi todas las ciudades
de la costa atlántica bonaerense, sólo me faltaba el ejido urbano de Pinamar y
sus ciudades vecinas. Finalmente, casi 30 años después, y tras de un largo año
de laburo me vine para estos lados. Acompañado de Sabri, que en el 83 no
existía ni en los sueños de sus padres, my
favourite niece.
Esta escapada era también una excusa para sacar a la ruta el
Clio que pegué. Mi primer cero. Salimos el viernes 25 a las 7:10, pusimos un CD
con canciones de los Red Hot Chili Peppers y después de un poco más de una
hora de tararear y cantar éxitos como Under the Bridge, Give it away y By the Way, cuando quisimos cambiar el compact, éste nunca salió del aparato.
Taquelotiró si es un auto nuevo y tendría que ir todo perfecto. Como somos de
naturaleza calma, no nos hicimos mucho drama y pusimos la radio. A las dos
horitas de viaje paramos en Lezama para estirar un poco las piernas. Llegamos a
destino a las 12:20 aproximadamente.
Mi costumbre es salir sin reservas de hoteles, siempre se
consigue algo, suelo decirme a mí mismo, y muchas veces a mejores precios que
lo que se ve por internet. No fue el caso este, ya que recorrimos varios
hoteles sin mucha suerte e incluso consultamos en una oficina de la Secretaría
de Turismo donde nos dijeron que tal vez, en una de esas, quizá, había lugar en
una hostería de Valeria del Mar. Finalmente nos tiramos a preguntar, más porque
nos gustó la fachada que con esperanza de conseguir alojamiento, en el Playas Hotel, y ahí sí –a un precio picante por cierto- conseguimos habitación “hasta
el martes o miércoles”.
Antes de alojarnos definitivamente, hicimos una parada en
Pancho Pueblo y le entramos a un par de hamburguesas. El viernes estuvo ventoso
así que no pudimos sacarnos las ganas de playa o de pileta. Por la noche
intentamos comer pastas en A' Mamma Liberata, pero esperamos casi una hora, y no
nos daban mesa. Cenamos en Subway, rico.
El sábado, el domingo y el lunes hubo un clima hermoso, y lo
aprovechamos a full. Playa, playa, pileta del hotel, y más playa. Hoy martes,
el día arrancó lindo, pero a media tarde se nubló y regresamos al hotel.
Salimos a comprar alfajores para regalar en medio de una lluvia persistente. Y así pasamos la tarde, en el patio del hotel, tomando unos mates y
comiendo alfajores.
El hotel cuenta con gimnasio, lo usé poco, pero lo usé. Dos
veces, 20’ de bici fija, una papa. Lo que no fue una papa es la promoción del
Santanderrio. Por ser cliente, te prestan una bici un par de horas. Allá fui.
Sabri se quedó en el solárium y yo fui a hacerme el deportista. Domingo 11:12
de la mañana saco la bici. A las 12:00 la devuelvo exhausto, después de
pedalear ida y vuelta hasta Ostende atravesando pendientes y –buenísimo-
bajadas.
En general, almorzamos en la playa -menos ayer que lo hicimos en el solarium del hotel- unos soberbios sánguches
de milanesa ($25 c/1), y cenábamos afuera. El sábado en Il Tomatto, una pizza
mitad napo, mitad jamón y morrones, una Sprite y una Heineken ($125, $107 por
haber hecho check-in en Foursquare), el domingo a la noche cenamos comida mexicana
en Jalisco (acá nos mataron, pero nos mataron, eh), y ayer en La Rosadita, en
Valeria del Mar, una mila a la napolitana con fritas, y una suprema con fritas,
una Seven Up y una Stellita ($140). Hoy la idea es comer pastas en el hotel
mientras miramos River y Boca. Mañana, después del desayuno estamos volviendo.
Hoy a la mañana se generó un pequeño mal entendido. Yo babía dicho al ingresar al hotel que nos quedaríamos hasta el martes o el miércoles. Cuando hoy aviso que nos retirábamos mañana me dijeron que la habitación ya estaba vendida, dado que yo no había confirmado si nos íbamos el miércoles. Bastó con mi cara supongo, ya todo se solucionó sin más intercambio de palabras.
Las vacaciones son un momento ideal para retomar la lectura por placer. El 2012 fue un año vertiginoso, y entre tantas ocupaciones y mis incipientes problemas en la vista no leí la cantidad de libros que solía leer no hace mucho tiempo atrás. Había empezado a leer Historia del cerco de Lisboa, de José Saramago, dos veces sin éxito. El ambiente tranquilo y el encontrarme medianamente desenchufado de lo cotidiano me hicieron emprender la lectura de este autor nuevamente. Y ya liquidé casi media novela, eh.