domingo, 31 de marzo de 2013

Resarcimiento

El bar se iba vaciando de a poco. Prácticamente la de ellos era la única mesa
repleta. Y como sin darse por enterados, seguían pidiéndole al Gallego más para tomar.
Media hora después, cuando el resto de la gente ya se había retirado y algunos
borrachos se habían sumado al grupo, el Gallego bajó las persianas y ellos siguieron de
juerga. Bah, juerga es una manera de decir, en realidad se juntaban a tomar todos los
días, desde más o menos las seis de la tarde hasta bien entrado el nuevo día.
Siempre terminaban discutiendo, ya sea de fútbol, ya sea de política, de
cualquier tema. Esta noche habían terminado discutiendo sobre la existencia de Dios. El
viejo Juan decía ser muy creyente, no necesitaba de ninguna clase de prueba para creer
que el barba existía. Otros se mostraban más bien escépticos, pero al final, puestos
hipotéticamente en una situación difícil, casi todos terminaban reconociendo que “en un
caso así, como el que me planteás, obviamente rezaría y creería en Dios como el que
más”.
-Bueno, entonces, creés en Dios, no hay vuelta.
-Y sí, no me cuesta nada creer, por las dudas, viste.
-Yo no rezaría ni que se me esté muriendo la bruja –dijo el viejo Judas, famoso
por su ateísmo.
-Vos también, das cada ejemplo –lo interrumpió Mateo-, ¿quién rezaría por la
bruja?
Estallaron esas carcajadas roncas de viejo amanecido. De los doce que estaban a
la mesa ese viernes, solo Mateo, Pedro, Juan y el descreído Judas tenían todavía viva a
la patrona. Igual rieron todos de buena gana con la salida del viejo Mateo.
-Bueno, ponele que esté en un trance jodido –siguió Judas-, bien jodido. Igual no
rezo ni le pido nada a Dios. Si no existe, ¿para qué me voy a matar?
-¿Pero no te daría un poco de cuiqui? –dijo Pedro.
-¿Miedo? Lo que pasa que ustedes son una manga de viejos cagones. Y encima
putos. Son capaces de dejarse culiar por el Gallego por una botella más de vino.
-Ah, no, eso si que yo no –saltó Marcos que estaba calladito en un rincón-. Traé
dos más, Gaita. Acá está la guita. No sea que estos piensen que hay algo entre nosotros.
Vovieron a largar sus roncas carcajadas y tomaron el vino charlando de burros y
mujeres de antaño mientras sonaban unos tangos en la vitrola.
Ya el sol iba despuntando, no quedaba más plata para el vino ni había más
ánimo para otra truqueada. Poco a poco se fueron retirando. Pedro y Judas fueron los
últimos en salir. Como vivían uno cerca del otro siempre se iban juntos.
-La verdad que habías sido bastante hereje, vos, Judas, eh.
-Callate, Pedro. ¿Es obligación acaso creer en Dios?
-Qué sé yo, uno nunca sabe, ya estamos viejos nosotros. En cualquier momento
estiramos la pata y siempre es mejor estar cubierto.
A las dos cuadras escucharon unos gemidos, y se detuvieron en seco.
-¿Qué fue eso?
-No sé, sigamos –aconsejó Pedro.
-Pará, parece como si alguien estuviera pidiendo auxilio.
Se volvieron a escuchar los gemidos, esta vez más fuerte.
-Allá, mirá, en la vereda de enfrente –dijo Judas mientras señalaba un bulto
humano que trataba de arrastrarse sin éxito.
-Vayámonos de acá, haceme caso. Andá a saber si no es uno de esos negros de la
villa que nos quiere afanar.
El tipo que estaba tirado alcanzó a ver las siluetas de Pedro y Judas en la vereda
opuesta y sacó fuerzas de donde no tenía para gritar pidiendo ayuda. Vio como los
hombres de enfrente hablaban entre ellos, los veía borrosamente, sentía que la vida se le
iba por esos orificios de bala.
-Oor favoooó –pudo decir.
Vio como uno de los hombres se alejaba. El otro miró a su compañero hasta que
dobló en la esquina. Luego el moribundo sintió unos pasos que se le acercaban y ya no
recordó más nada.
Despertó a los tres días en una cama de hospital. Apenas le quedaban las marcas
de los tiros que la policía le había dado en las manos y en los pies “por hablar boludeces y
por viyero”. Aunque todavía le dolía el costado donde lo habían sacudido a patadas
mientras estaba en el piso antes de dejarlo tirado. Pero se veía saludable, bien recuperado.
Entró una enfermera y le preguntó la edad.
-Treinta y tres –respondió.
-Hoy vino a preguntar por usted un tal Judas –le dijo la chica-. Dijo que mañana
volvería a pasar.
-Yo ya no voy a estar acá mañana.
-Se lo veía muy preocupado.
-Mañana cuando vuelva decile que le agradezco mucho. Que pronto voy a ir
visitarlo para llevarlo conmigo a la casa de mi padre.