A Porto Alegre hoy la gobierna un playboy,
el hijo de un empresario, una especie de Macri, un tipo que nunca laburó. Pero
esta capital brasilera supo ser allá por 1989 la primera ciudad con prefeito del PT: Olivio Dutra, quien
instauró en la última década del siglo XX el presupuesto participativo,
haciendo de Porto Alegre vanguardia de participación popular.
Más allá de Marchezan, el prefeito
playboy al que hacíamos referencia, Porto Alegre es una ciudad progresista.
El estado de Río Grande del Sur, en cambio, con sus estacieros y su tradición gaúcha y gringa, tiene un electorado
mayoritariamente derechoso. Por ello es que el resultado del segundo turno
entre Haddad y Bolsonaro, a favor de este último, estaba cantado.
Sin embargo, lo que aquí queremos resaltar es la diferencia de actitud
entre los votantes de ambas opciones. El día de la elección salimos a recorrer
la ciudad y el contraste era impresionante. Los adherentes al PT se paseaban
por calles y parques enarbolando orgullosamente sus banderas, sus adhesivos de
campaña en camperas, remeras y sombreros. Se saludaban entre sí mientras
proferían con entusiasmo #EleNão y #VaiVirar. Por otro lado, y sabiendo de
antemano el triunfo de Bolsonaro en el estado gaúcho, era difícil cruzarse con alguien identificado con el
Capitán Bolsonaro. Ni calcos con su nombre, ni números 17 (el número de su
lista). Apenas alguno que otro con una banderita brasilera o la camiseta verdeamarela. Como en todo el mundo, el
fascismo se refugia en un falso y exacerbado nacionalismo. Pero casi ni se los
veía, no se mostraban, y los que exteriorizaban su voto, lo hacían sin alegría.
Cada diez entusiastas votantes de Haddad, con suerte algún tímido votante
de Bolsonaro. Pero allí estaban, yendo a votar, en silencio, con vergüenza. Aquí,
en Porto Alegre, el voto a Bolsonaro fue el voto de la vergonha.