85 años y 126 días, una vida plena. Los últimos diez años peleando con admirable valentía un cáncer de mierda.
Se fue mi viejo. Si bien ya sabíamos mis hermanas y yo de que este desenlace era inevitable, todo esto es muy doloroso. Hace un año su oncóloga le dijo a Estela que ya no tenía sentido seguir con la quimio, que le quedaban meses. Metió un año más pleno. Siempre pensando a futuro. Estando internado me hablaba de las fiestas, que teníamos que hacer algo liviano porque él estaba delicado. Hace dos meses, más o menos, lo acompañé al oftalmólogo porque tenía que operarse de cataras.
El domingo 17 de mayo llamamos a PAMI porque ya no comía ni tomaba líquido. La doctora que lo vio dijo que tenía una deshidratación severa y decidió internarlo. En la UOM, donde capitaba, no había camas, y lo llevaron a La Merced de Martín Coronado. Hasta el viernes estuvo consciente y habló con nosotros y sus compañeros de internación. El viernes por la noche Gabi estuvo con él y tomó toda su sopa y comió. El sábado por la mañana estaba confundido, al principio no me reconoció. Intentó todo ese sábado comunicarse, ya no se le entendía. Al avanzar el día perdió el conocimiento, pero su corazón aguantó hasta el 27 de mayo de 2020 a las 16:30 h. Yo estuve con él por la mañana y lo afeité y peiné. Los tres, Gabi, Estela y yo, pudimos estar a su lado los últimos días, tomarle las manos, hacerle escuchar un tango, leerle una poesía.
Tuvo una vida plena: 85 años y 126 días. Vino a este mundo el 22 de enero de 1935 en Capital Federal, hijo de asturianos, Miguel Osvaldo y Antonia Méndez fueron sus padres. Su barrio de infancia fue Villa Ortúzar, Chorroarín y Ávalos la esquina de su casa. Tenía dos hermanos mayores que él: Miguel y Jorge, que lo precedieron en su partida.
Se casó con mi mamá Dina Esther Suárez, que se fue tempranamente en el 95 por un corazón débil. Tuvieron dos hijas y un hijo, un nieto y una nieta, quienes los recordaremos siempre con mucho amor. Yo todavía les debo un nieto.
Te voy a extrañar, papá. Admiro tu aguante y tus ganas de vivir. Siempre pensaste a futuro, siempre con esperanzas, nunca bajando los brazos. Eso quedó muy marcado en mí.
Te lloro, pero sé que te fuiste en paz.