jueves, 7 de octubre de 2010

Vargas Llosa, Nobel de Literatura, alguna vez escribió Los Cachorros

Más allá de sus opiniones políticas actuales, el escritor peruano Mario Vargas Llosa hace rato hizo méritos suficientes para este premio. Siendo yo muy joven quedé impactado con su cuento largo Los Cachorros y me puse a escribir el siguiente análisis (yo pensaba que era un análisis literario pero no es otra cosa que una recreación de la historia con algunas opiniones mías sobre el cuento).

De todos modos, aquí lo transcribo para quien quiera leerlo


Introducción

De los trabajos de Vargas Llosa que he leído (Los jefes, Los cachorros, La casa verde, Pantaleón y las visitadoras, ¿Quién mató a Palomino Molero?) es justamente el cuento largo que es motivo de este análisis el que más disfruté leyendo. El principal motivo de esto sea tal vez que fue el primer cuento que leí del autor peruano. Pero con el paso del tiempo y varias relecturas debo confesar que Los cachorros es, a mí criterio, uno de los mejores cuentos de los escritores del boom junto con El perseguidor de Cortázar.
Por supuesto, junto con el disfrute personal por la lectura de este cuento existen otros elementos que hacen a Los cachorros una verdadera muestra de maestría en el arte de contar historias. Su peculiar estilo narrativo, la originalidad de la trama, y la habilidad para, a través de esta trama, describir a la sociedad miraflorina son algunos de los elementos que hacen a este cuento magistral. Elementos que intentarán ser analizados en este trabajo.

Una historia contada a coro

Comencemos diciendo que las historias que se cuentan en Los cachorros son más de una. La principal o, mejor dicho, la que está más a la vista del lector, la que abarca a las demás, es la de Cuellar. La historia de Cuellar es la historia de su accidente y de las consecuencias del mismo en él, en su familia, y en su grupo de amigos. A partir de esto se cuenta paralelamente la historia de la clase media alta de Lima afincada en el barrio de Miraflores. El lector es testigo de la vida estudiantil de los miraflorinos, sus vicios y virtudes, y su transformación en lo que se espera de ellos: personas no muy diferentes a sus padres, con títulos terciarios, trabajos seguros, casas de fin de semana e hijos que estudian en los mismos colegios tradicionales que ellos y sus padres.
¿Quien se encarga de narrarnos todo esto? Es muy probable que el autor se haya hecho esta pregunta también. Y es muy probable también que la haya escrito y reescrito un gran número de veces narrada desde distintos puntos de vista. Tal vez narrada por el mismo Cuellar, por su familia, por algún amigo suyo, o por algún narrador omnisciente incluso. Pero Vargas Llosa decide finalmente que esta historia sea narrada por el grupo de amigos de Cuellar. Y cuando decimos grupo nos referimos a éste como ente. Sus mejores amigos son Lalo, Mañuco, Choto y Chingolo, pero no es la voz de ninguno en particular la que oye el lector, sino la voz de todos como grupo. Esto el autor lo logra pasando de la primera a la tercera persona constantemente y pasando del punto de vista de uno de los muchachos a otro, cuando marca que es uno de ellos el que dice algo, sin ningún tipo de convención.
Por lo tanto parece acertado decir que la historia de Cuellar es contada por sus pares y que es contada a coro.

Cuellar, un niño feliz

En el primer capítulo de este cuento se muestra a un Cuellar seguro de sí mismo y totalmente integrado a pesar de ser el último en llegar al grupo. Llega al colegio Champagnat en 3er año y se integra sin problemas con sus compañeros, se destaca en los estudios y le gustan los deportes, especialmente el fútbol. Sus compañeros lo aprecian a pesar de ser medio "chaconcito" ya que es buena gente. Es el que más propina obtiene de sus padres y comparte las golosinas con sus compañeros. Sus padres son bastante estrictos, no le permiten ir a jugar al fútbol después de la salida del colegio aunque él se muere por ir; él, obediente, regresa puntualmente a su casa.

Cuellar es un niño feliz y tiene todas las características esperables de él. Se adivina que en el futuro será una persona con estudios y preparada, como se espera de él.

Ya en cuarto año logra ser integrado al equipo de fútbol. Se había preparado todas las vacaciones para lograrlo, actitud que lo muestra como una personita tenaz capaz de lograr lo que se proponga.

Todo el primer cápitulo, hasta el accidente, sirve como contraste con el resto de la historia. Cuellar, luego de un entrenamiento es mordido por el perro del colegio en los genitales provocándole una castración. Hecho que lo marcará para toda la vida, ya que al no poder realizarse como hombre jamás podrá ser el miraflorino exitoso que estaba destinado a ser.

Luego del accidente Cuellar sigue teniendo una infancia feliz. Siendo todavía un niño no puede entrever las consecuencias del accidente. Es más, obtiene ventajas de éste. Sus padres ya no son tan estrictos, él descuida los estudios y en el colegio los hermanos lo perdonan en todo. No debemos olvidar que Judas, el perro que muerde a Cuellar, es propiedad de los hermanos del colegio Champagnat, y que estos no sólo sienten culpa por el accidente sino que temen también al padre de Cuellar.

Es notable también cómo sus compañeros en un principio lo envidian. Niños al fin, sólo ven las ventajas que Cuellar obtiene de su accidente.

Entre la compasión y la discriminación

Inmediatamente después de su accidente el primer síntoma de discriminación está en el mote que se le pega en el colegio y sale a la calle para no despegársele nunca. Cuellar se transforma en Pichula Cuellar. En en Perú el término "pichula" es una vulgaridad que se refiere a los genitales masculinos. En principio, Cuellar se resiste llorando, peleándose y quejándose con sus padres o con los hermanos.
Su grupo de amigos evita llamarlo así, pero el apodo se le pega con tal fuerza que también ellos terminan llamándolo Pichula. Incluso él termina por aceptarlo.
Los verdaderos problemas comienzan en la adolescencia, cuando el fulbito va ocupando menos tiempo en las actividades de los chicos para que el tema principal pase a ser las chicas. Los chicos crecen y comienzan a ir a los bailes. De entrada esto es para Cuellar una actividad más, es aparentemente uno más del grupo. Pero cuando los chicos empiezan a noviar con chicas de su edad él, conciente de su inferioridad, se siente traicionado. Es aquí cuando comienza su declive. Justamente él, el más destacado del grupo, es el que quedará rezagado en estos quehaceres.
Lo peor viene con su enamoramiento de una niña que llega a Miraflores, Teresita Arrarte. Cuellar que ya había comenzado a mostrarse distinto (buscaba mostrar su hombría con extravagancias), se asienta por un tiempo. pero también sabe que no tiene sentido ponerse de novio, por lo tanto comienza una larga etapa de sufrimiento. Cuellar y Teresita son concientes de que se gustan, pero él no se decide a proponerle noviazgo. En este punto resulta interesante ver cómo a través del grupo se pone en evidencia la hipocresía de la sociedad. Sus amigos, sabedores de su problema tratan de convencerlo de que se ponga de novio por un tiempo y que al tiempo, con cualquier excusa, la largara. Dando a entender que las apariencias son tan importantes como lo que uno hace o puede hacer. Aparentermente en un principio Cuellar parece aceptar este argumento, pero finalmente se demuestra que jamás lo aceptó. No sólo no se le declara a Teresita, si no que es ganado de mano por un muchacho nuevo en Miraflores. De aquí en adelante comienza la cuenta regresiva final del protagonista. Sin posibilidades científicas de curarse y conciente de que jamás podrá ser quien estaba destinado a ser: uno igual a sus amigos, a los padres de sus amigos, a los futuros hijos de sus amigos; a cualquier miraflorino: burgués, acomodado, y con una profesión segura y rentable; la vida de Pichula Cuellar carece de sentido. Así es como el mismo protagonista lo siente y comienza a vivir acorde a este sentimiento: al límite. Esta nueva vida, o mejor dicho el inicio del fin de su vida, tiene su bautismo simbólico en el episodio en el que Cuellar, un día en el que el mar estaba en condiciones de suma peligrosidad, corre olas delante de sus amigos poniendo en riesgo su vida sin darle la menor importancia. Si bien Cuellar no muere en esa ocasión, podría decirse el joven que sale de las olas tristemente triunfante ya no es él sino su fantasma camino a la muerte.
Este no es el único episodio en el que Cuellar arriesga su vida. El lector es testigo de otros en el que conduciendo su automóvil no sólo arriesga su vida, también arriesga la de sus amigos, quienes poco a poco van alejándose de él. Cuellar se queda sólo, es un ser extraño en un medio en el que ya no tiene cabida. Antes de morir trágicamente en un accidente automovilístico, se lo ve rodeados de adolescentes, sus amigos sienten lástima por su destino de posible homosexual, pero lo entienden, saben que no tiene salida, sólo les queda el recuerdo de su amiguito de la infancia. Como ya se dijo, Cuellar termina su vida en un accidente en la ruta. A nadie le cuesta inferir que este accidente no es tal, que es el final buscado por el mismo Cuellar que ya no puede ser como sus amigos quienes a esta altura eran "hombres hechos y derechos ya y teníamos todos mujer, carro, hijos que estudiaban en el Champagnat, la Inmaculada o el Santa María, y se estaban construyendo una casita para el verano en Ancón, Santa Rosa o las playas del Sur, y comenzábamos a engordar y a tener canas, barriguitas, cuerpos blandos, a usar anteojos para leer, a sentir malestares después de comer y de beber y aparecían ya en sus pieles algunas pequitas, ciertas arruguitas".

viernes, 1 de octubre de 2010

Regreso a Babilonia

Ayer fue el día del traductor, para celebrarlo iba a postear este maravilloso cuento de F. Scott Fitzgerald que traduje hace ya muchos años por el solo placer de jugar a ser Pierre Menard. Con todo el bardo que se armó en Ecuador, estuve pendiente de eso y no lo colgué.
Bueno si gustan, adelante:




-¿Y dónde está el Sr. Campbell? –preguntó Charlie.
-En Suiza. El Sr. Campbell está bastante enfermo, Sr. Wales.
-Me apena oír eso. ¿Y George Hardt? –inquirió Charlie.
-Regresó a Estados Unidos, a trabajar.
-¿Y el Pinzón de la Nieve?
-Estuvo por acá la semana pasada. A propósito, su amigo, el Sr. Schaeffer, se encuentra en París.
Sólo dos nombres familiares de una extensa lista de hace un año y medio. Charlie garabateó una dirección en su agenda y arrancó la hoja.
-Si ve al Sr. Schaeffer, entréguele esto –dijo-. Es la dirección de mi cuñado. Aún no me registré en ningún hotel.
En realidad, descubrir París tan vacío no lo desilusionaba. Pero la quietud en el Ritz era extraña y ominosa. Ya no era un bar americano... se sentía distinguido allí, pero ya no se sentía dueño. El bar había vuelto a pertenecer a Francia. Notó la quietud desde el momento en que bajó del taxi y vio al portero, por lo general frenéticamente activo a esa hora, charlando en la puerta de servicio con un chasseur.
Al pasar por el corredor, escuchó únicamente una sola y monótona voz en el otrora bullicioso salón de mujeres. Cuando entró al bar recorrió los seis metros de alfombra verde con la vista fija hacia delante por costumbre; y luego, sin detenerse, giró la cabeza e inspeccionó la sala, topándose solamente con un par de ojos que se levantaron de un periódico en el rincón. Charlie preguntó por el barman principal, Paul, quien en los últimos días del mercado en alza solía venir a trabajar en su automóvil hecho por encargo, aunque, con la debida delicadeza, lo dejaba estacionado en la esquina más cercana. Pero hoy Paul estaba en su casa de campo y era Alix quien le daba información.
-No, suficiente –dijo Charlie-. Ahora estoy tomando mucho menos.
Alix lo felicitó: -La verdad que le estaba dando duro hace un par de años.
-Voy a seguir a este ritmo –aseguró Charlie-. Ya llevo un año y medio así.
-¿Cómo encontró la situación en Estados Unidos?
-Hace meses que no voy por allá. Estoy trabajando en Praga, representando a un par de empresas. Ahí nadie sabe nada acerca de mí.
Alix sonrió.
-¿Recuerda cuando acá le hicimos la despedida de soltero a George Hardt? –dijo Charlie- Apropósito, ¿qué se hizo de Claude Fessenden?
-Alix bajó la voz confidencialmente: -Está en París, pero ya no viene acá. Paul no lo permite. Resulta que tenía una cuenta donde cargaba todos sus tragos y sus almuerzos, a veces también la cena, que en más de un año trepó a treinta mil francos. Pero cuando Paul le pidió finalmente que le pagara, lo hizo con un cheque sin fondos.
Alix movió la cabeza con tristeza.
-No lo puedo entender, un tipo tan elegante. Ahora está rechoncho –el barman trató de representarlo con sus manos.
Charlie observó a un grupo de maricas que se instalaban en un rincón.
“Nada les afecta”, pensó. “La bolsa sube y cae, la gente haraganea o trabaja, pero ellos nunca se detienen”. El lugar lo oprimía. Pidió los dados y con Alix los tiró por el trago.
-¿Se va a quedar mucho tiempo, Sr. Wales?
-Cuatro o cinco días, vine a ver a mi nena.
-¡Ah! ¿Tiene una nena?
Afuera, el rojo fuego, azul gaseoso, y verde fantasmal de los semáforos tenían un brillo ahumado bajo la llovizna. Eran las últimas horas de la tarde y en las calles había movimiento; los bistros emanaban un tenue fulgor. En la esquina del Boulevard des Capucines tomó un taxi. La Plaza de la Concorde se alejaba con purpúrea majestuosidad; cruzaron el obvio Sena, y Charlie percibió la súbita atmósfera provinciana de la orilla izquierda.
Charlie, desviando su trayectoria, le indicó al taxista que tomara por la Avenida de l’Opera. Quería contemplar cómo la noche desplegaba su enorme paño azul sobre la magnífica fachada del crepúsculo, e imaginarse que las bocinas del auto, tocando incesantemente los primeros compases de Le Plus que Lent, no eran otra cosa que las trompetas del Segundo Imperio. En la librería Brentano estaban bajando la persiana metálica, y tras el burgués vallado de libustros prolijamente podados de Duval ya había gente cenando. Jamás había comido en un restaurante verdaderamente barato en París. Cenas de cuatro platos y postre, cuatro francos cincuenta, dieciocho centavos, incluido el vino. Por alguna extraña razón deseaba haberlo hecho.
Mientras avanzaban hacia la orilla izquierda y volvió a sentir su repentino provincianismo, pensó: “Yo eché a perder esta ciudad. No me di cuenta, pero los días pasaban uno tras otros, y cuando me quise acordar dos años se habían ido, todo se había ido, y yo me había ido.”
Tenía treinta y cinco años, y era bien parecido. Una profunda arruga entre los ojos le daba un aire sobrio a la inquietud irlandesa de su rostro. Cuando hizo sonar el timbre de la casa de su cuñado en la Rue Palatine, la arruga se le ahondó hasta hacerle bajar las cejas; tuvo una sensación de dolor en la barriga. De atrás de la empleada que abrió la puerta una encantadora niñita de nueve años salió disparada gritando: “¡Papi!”, y trepó, luchando como un pez, hasta sus brazos. Le hizo girar la cabeza tomándolo de una oreja y apoyó su mejilla contra la de él.
-Mi budincito –dijo él.
-¡Oh, papi, papito, papi, pa, pa, pa!
Lo llevó hasta la sala, donde esperaba la familia, un niño y una niña de la edad de su hija, su cuñada y el marido. Saludó a Marion modulando cuidadosamente la voz para evitar ya sea un entusiasmo forzado como desagrado, pero ella con más franqueza, respondió tibiamente, aunque trató de disimular su expresión de inalterable desconfianza mirando en dirección a la niña. Los dos hombres se estrecharon la mano amistosamente y Lincoln Peters posó la suya por unos instantes sobre el hombro de Charlie.
La sala era cálida y confortablemente americana. Los tres niños se movían con familiaridad, jugando en las galerías amarillas que conducían a las otras habitaciones. La animación de las seis de la tarde se notaba en el vivaz chisporroteo de los leños y en el ruido de actividad francesa en la cocina. Pero Charlie no se relajaba; el corazón se le estremeció y tuvo que tomar confianza de su hija, quien de a ratos se le acercaba, sosteniendo en los brazos la muñeca que él le había traído.
-Realmente muy bien –fue su respuesta a la pregunta de Lincoln-. Hay un montón de negocios que no se están moviendo para nada allá, pero nos está yendo mejor que nunca. De hecho, terriblemente bien. Además hice llamar a mi hermana para que el mes que viene venga de Estados Unidos y se encargue de la casa. Este año mis ingresos fueron superiores a cuando tenía dinero. Viste, los checos...
Alardeaba con un propósito en particular, pero por el momento, al ver cierta incomodidad en la mirada de Lincoln, cambió de tema:
-Están bien criados tus chicos, sanos, educaditos.
-Nosotros también pensamos que Honoria es una chica estupenda.
Marion Peters regresó de la cocina. Era alta, de mirada preocupada, y en el pasado había tenido una saludable belleza americana. Charlie jamás había podido percibirlo y siempre se sorprendía cuando la gente contaba lo hermosa que había sido. Desde un comienzo había existido entre ellos una instintiva corriente de antipatía.
-Y bien, ¿cómo encontrás a Honoria? –preguntó ella.
-Maravillosa. Es sorprendente como creció en diez meses. Se ven bien todos los chicos.
-En un año no tuvimos ni una sola visita del médico. ¿Te agrada estar de vuelta en París?
-Me llama poderosamente la atención ver tan pocos americanos.
-Yo estoy encantada. –dijo Marion con vehemencia-. Al menos ahora se puede entrar a un negocio sin que crean que uno es un millonario. Nos afectó como a todo el mundo, pero en definitiva es mucho más grato así.
-Pero fue lindo mientras duró –dijo Charlie-. Eramos una suerte de realeza, casi infalible, con una especie de magia alrededor nuestro. Esta tarde en el bar –al percatarse de su error, hizo una pausa- ...no había ningún conocido.
Ella lo miró con fijeza: -Creí que ya habías tenido suficiente de bares.
-Apenas me quedé un minuto. Tomo un trago todas las tardes, ni uno más.
-¿No querés un cóctel antes de cenar? –preguntó Lincoln.
-Tomo un solo trago por tarde, y por hoy ya está.
-Espero que continúes así –acotó Marion.
La frialdad con que lo dijo hizo evidente su desagrado, pero Charlie sólo atinó a sonreir; tenía proyectos más importantes. La agresividad misma de Marion le daba una ventaja, y él sabía esperar. Quería que fueran ellos los que comenzaran a conversar sobre lo que ya sabían que lo había traído a París.
Durante la cena no pudo decidir si Honoria se parecía más a él o a la madre. Sería una suerte si no combinaba las particularidades de ambos que los precipitaron al desastre. Lo invadió una gran onda protectora. Estaba convencido de que sabía qué hacer por ella. El creía en el carácter; quería saltar una generación entera hacia atrás y confiar nuevamente en el carácter como el elemento eternamente valioso. Todo lo demás se agotaba.
Partió apenas terminaron de cenar, pero no a casa. Tenía curiosidad por ver París de noche con ojos más despejados y juiciosos que en otros tiempos. Compró un strapontin para el Casino y allí vio a Josephine Baker ejecutar sus morenos arabescos.
Luego de una hora se marchó y caminó despreocupadamente hacia Montmartre, tomando la Rue Pigalle en dirección a la Plaza Blanche. La lluvia había cesado y se veía gente con ropas de noche descendiendo de los taxis frente a los cabarets, cocottes merodeando solas o de a dos, y muchos negros. Pasó por una puerta iluminada de donde emanaba música, y se detuvo con una sensación de familiaridad; era el Bricktop, donde había perdido tanto tiempo y dinero. Unas puertas más adelante encontró otra antigua guarida e imprudentemente asomó la cabeza en su interior. De inmediato una orquesta entusiasta comenzó a sonar, un par de bailarines profesionales saltaron de sus sillas, y un maître d’hôtel se le abalanzó gritando: -¡Adelante, caballero, que pronto se llena! –pero él se retiró con premura.
“Tenés que estar totalmente borracho”, pensó.
Zeli estaba cerrado, los siniestros y lúgubres hoteluchos que lo rodeaban estaban a oscuras; en la Rue Blanche, más iluminada, la atmósfera era informal y lugareña, estaba colmada de franceses. La Caverna del Poeta había desaparecido, pero las dos fauces gigantes del Café del Cielo y el Café del Infierno aún bostezaban... incluso devoraban, como pudo observar que lo hacían con el magro pasaje de un micro de turistas: una pareja alemana, una japonesa y otra americana que lo miraban atrrados.
Eso en cuanto al esfuerzo y a la ingenuidad de Montmartre. Todo el suministro de vicios y el despilfarro estaban ahora en una escala sumamente infantil, y de golpe comprendió el significado del término “disipar” –disiparse, desaparecer por completo; transformar algo en nada. En las altas horas de la noche, trasladarse de un sitio a otro implicaba un enorme salto humano, un incremento en el precio a pagar por tener el privilegio de moverse cada vez con más lentitud.
Recordaba billetes de mil francos entregados a una orquesta para que tocaran una sola pieza, billetes de cien francos a porteros para que llamaran un taxi.
Pero no habían sido dados por nada.
Habían sido dados, incluso los montos más exorbitantes, como una ofrenda al destino para que pudiera no recordar las cosas que más valía la pena recordar, las cosas que ahora siempre recordaría..... su hija, de quien le habían quitado la tutela, y su esposa, quien había escapado a una tumba en Vermont.
En un brasserie bien iluminado, una mujer le habló. Le compró algunos huevos y café, y luego, esquivando su insinuante mirada, le dio un billete de veinte francos y regresó en taxi al hotel.

II


Se despertó en un espléndido día otoñal, con un clima como para fútbol. La depresión de ayer se había ido y la gente en las calles le caía bien. Al mediodía se sentó frente a Honoria en le Grand Vatel, el único restaurante que no le traía reminiscencias de cenas rociadas con champagne y extensos almuerzos que comenzaban a las dos y se prolongaban hasta un crepúsculo vago y borroso.
-Bueno, ¿qué tal algunas verduras? ¿No tendrías que pedir verduras?
-Bueno, sí.
-Tenemos épinards, chou-fleur, zanahorias y haricots.
-Chou-fleur estaría bien.
-¿No te gustarían dos tipos de verduras?
-Casi siempre almuerzo una sola clase de verduras.
El mozo simulaba tener una desmesurada debilidad por los niños.
-¡Qu’elle est mignonne la petite! Elle parle exactement comme une Francaise.
-¿Y de postre? ¿Te parece bien esperar y luego vemos?
El mozo se retiró. Honoria, expectante, miró a su padre.
-¿Qué vamos a hacer?
-Primero, vamos a ir a la juguetería De la Rue Saint-Honore y vamos a comprar lo que vos quieras. Y después vamos al espectáculo de variedades del Empire.
Tras cierta vacilación, ella dijo: -Lo del espectáculo de variedades me gusta, en cambio lo de la juguetería no.
-¿Por qué no?
-Bueno, ya me regalaste esta muñeca –la había trído consigo-. Y ya tengo un montón de cosas. Además ya no somos ricos, ¿no?
-Jamás lo fuimos. Pero hoy vas a tener lo que quieras.
-Está bien –resondió ella resignada.
Cuando estaban su madre y una niñera francesa él tendía a ser más estricto; ahora era distinto, se expandía, se abría a una nueva tolerancia; debía ser ambos padres para ella y no cerrarle la comunicación con ninguno de los dos.
-Quiero llegar a conocerte –dijo él seriamente-. Primero voy a presentarme. Mi nombre es Charles J. Wales, de Praga.
-¡Oh, papi! -respondió la niña entre carcajadas.
-¿Con quién tengo el placer? –insistió el, mientras ella de inmediato aceptaba un rol:
-Honoria Wales, Rue Palatine, París.
-¿Soltera o casada?
-No, casada no. Soltera.
El señaló la muñeca: -Sin embargo, madame, veo que tiene una hija.
Como no estaba dispuesta a desheredarla, la abrazó contra el pecho y pensó con rapidez: -Sí, estuve casada, pero ya no. Mi marido murió.
Sin detenerse, él preguntó: -¿Y cómo se llama la criatura?
-Simone. Como mi mejor amiga del colegio.
-Estoy muy contento de que te vaya tan bien en la escuela.
-Este mes estoy tercera –se jactó-. Elsie –ésta era su prima- debe andar décimoctava, y Richard debe ser uno de los últimos.
-Te agradan Richard y Elsie, ¿verdad?
-Oh, sí. Richard me cae muy bien y Elsie también me agrada.
Con mucho tacto y como al pasar, él preguntó: -¿Y de la tía Marion y el tío Lincoln? ¿Quién te gusta más?
-Creo que el tío Lincoln.
Cada vez estaba más al tanto de la presencia de la niña. Al entrar los había seguido un murmullo de donde se entendía la palabra “adorable”, y ahora la gente de la mesa contigua la miraba en silencio como quien contempla una flor.
-¿Por qué no vivimos juntos? –preguntó ella de repente- ¿Es porque murió mamá?
-Tenías que quedarte acá y seguir aprendiendo francés. Habría sido difícil para papi cuidarte tan bien.
-Yo ya no necesito que me cuiden tanto. Hago todo sola.
Al salir del restaurante, un hombre y una mujer le hicieron señas sorpresivamente.
-¡Caramba! ¡Si no es otro que el viejo Wales!
-Qué tal Lorraine.... Dunc.
Inesperados fantasmas del pasado: Duncan Schaeffer, un amigo de su época de estudiante. Lorraine Quarrles, una encantadora rubia de treinta años; una de las tantas que durante los tiempos de despilfarro, tres años atrás, los habían ayudado a transformar los meses en días.
-Este año mi marido no pudo venir –dijo ella en respuesta a su pregunta-. Estamos pobrísimos. Entonces comenzó a darme doscientos por mes y me dijo que me las arreglara.... ¿Esta es tu nena?
-¿Qué tal si volvemos a entrar y nos sentamos? –propuso Duncan.
-No puedo –le alegraba tener una excusa. Como siempre, volvió a sentir esa atracción pasional y provocativa de Lorraine, pero ahora él tenía un ritmo diferente.
-¿Entonces por qué no cenamos? –sugirió Lorraine.
-Ya tengo un compromiso. Mejor denme su dirección y yo los llamo.
-Charlie, si no me equivoco estás sobrio –dijo ella inquisitoriamente-. Creo que en verdad está sobrio, Dunc. Pellizcalo y comprobá si lo está.
Charlie señaló a Honoria con la cabeza. Ellos rieron.
-¿Dónde estás viviendo? –preguntó Duncan escépticamente.
Dudó, no quería dar el nombre de su hotel.
-Aún no me hospedé en ningún lado. Mejor yo los llamo. Ahora vamos a ver las variedades del Empire.
-¡Pero si eso es precisamente lo que tengo ganas de hacer! –exclamó Lorraine- Quiero ver payasos, acróbatas y malabaristas. Eso es exactamente lo que haremos, Dunc.
-Antes tenemos que hacer una diligencia –se excusó Charlie-. Tal vez nos encontremos allá.
-Está bien, esnob.... Chau, hermosa.
Honoria saludó educadamente con la cabeza.
En cierto modo, un encuentro no muy bienvenido. El les atraía porque estaba en funcionamiento, porque iba en serio; querían verlo, porque ahora él era más fuerte que ellos, porque querían quitarle algo de su fortaleza.
En el Empire, Honoria se rehusó terminantemnete a sentarse sobre el abrigo plegado de su padre. Ya era una persona independiente que tenía sus propios códigos, y a Charlie cada vez lo absorvía más el deseo de depositarle algo de él antes de que ella se cristalizara por completo. Era inútil intentar conocerla a fondo en tan poco tiempo.
En el intervalo se toparon con Duncan y Lorraine en el vestíbulo donde estaba tocando la banda.
-¿Tomamos un trago?
-De acuerdo, pero no en la barra. Vayamos a una mesa.
-El padre perfecto.
Mientras escuchaba abstraídamente a Lorraine, Charlie observó cómo los ojos de Honoria dejaban la mesa e inspeccionaban el lugar, él, ensimismado, los siguió preguntándose qué verían. Hasta que sus miradas se encontraron y ella sonrió.
-Estaba rica la limonada –dijo la niña.
¿Qué había dicho? ¿Qué esperaba él? Ya en el taxi que los traía de regreso, él la atrajo hacia sí hasta hacerle posar la cabecita sobre su pecho.
-Amorcito, ¿pensás en tu madre de vez en cuando’
-Sí, a veces –respondió ella vagamente.
-No quiero que la olvides. ¿Tenés algún retrato de ella?
-Sí, creo que sí. Igual la tía Marion tiene. ¿Por qué no querés que la olvide?
-Porque te amaba mucho.
-Yo también la amaba.
Permanecieron en silencio unos instantes.
-Papi, quiero irme a vivir con vos –dijo de repente.
Se le estremeció el corazón; él había querido que ocurriera de este modo.
-¿No sos totalmente feliz?
-Sí, pero te amo más que a nadie. Y vos me amás más que a nadie, ahora que mamá está muerta, ¿no?
-Claro que te amo. Pero no siempre vas a quererme más a mí. Vas a crecer y conocer a alguien de tu edad con quien te casarás y te olvidarás de que alguna vez tuviste un papi.
-Si, es verdad –reconoció ella sin inmutarse
El no entró. A las nueve tenía que regresar y quería mantenerse en perfecto estado para lo que debía decir.
-Cuando ya estés segura adentro, asomate por esa ventana.
-Bueno. Chau, papi, pa, pa, pa.
Esperó en la calle a oscuras que ella, radiante y llena de vida, se asomara por la ventana de arriba y arrojara un beso hacia la noche.

III


Lo estaban aguardando. Marion, con un elegante vestido de noche que apenas sugería duelo, se sentó detrás del juego de café. Lincoln caminaba de un lado al otro con la animación de quien ya hubiese estado habland. Estaban tan ansiosos como él de zambullirse en el tema. El lo abrió casi de inmediato:
-Supongo que ya saben por qué quiero verlos.... Cuál es el verdadero motivo que me trajo a París.
Marion jugueteó con las estrellitas negras de su collar y frunció el ceño.
-Muero por tener un hogar –continuó él-. Y muero por tener a Honoria en él. Realmente les agradezco que por amor a su madre la hayan tenido con ustedes, pero ahora las cosas cambiaron –titubeó un momento y prosiguió con más convicción-, cambiaron radicalmente con respecto a mí, y quiero pedirles que vuelvan a considerarlo. Sería tonto de mi parte no reconocer que hace tres años no estaba actuando como corresponde.... –Marion lo miró con dureza- .... pero todo eso terminó. Como ya les dije, desde hace un año que no tomo más de un trago diario, y lo hago deliberadamente, para que la idea de beber no se agigante en mi cabeza. ¿Captan la idea?
-No –respondió Marion concisamente.
-Es como engañarme a mí mismo. Hace que exista un balance.
-Te entiendo –dijo Lincoln-, es como una manera de no admitir que te atrae.
-Algo así. A veces me olvido y no lo tomo. Aunque trato de no olvidarme. De todas formas, en mi posición no podría darme el lujo de tomar. La gente a quien represento está más que satisfecha con mi trabajo, y voy a traer a mi hermana de Burlington para que se encargue de la casa, y también deseo fervientemente tener a Honoria allí. Ustedes saben que cuando su madre y yo no nos estábamos llevando del todo bien, no permitíamos que nada de lo que sucedía le afectara. Sé que ella me quiere y sé que puedo cuidarla y.... bueno, eso. ¿Qué piensan?
Sabía muy bien que ahora le tocaría escuchar un sermón. Llevaría una o dos horas, y sería difícil, pero si atemperaba su inevitable resentimiento y tomaba la escarmentada actitud del pecador arrepentido, al final podría lograr su objetivo.
No te pongas nervioso, se dijo. No viniste a justificarte. Viniste por Honoria.
Lincoln fue el primero en responder. –Lo estuvimos hablando desde que recibimos tu carta un mes atrás. Estamos muy contentos de tener a Honoria con nosotros. Es encantadora y nos alegra poder ayudarla, pero por supuesto ese no es el punto....
Marion lo interrmpió de golpe: -¿Cuánto tiempo permanecerás sobrio, Charlie? –preguntó.
-Espero que permanentemente.
-¿Quién puede garantizarlo?
-Ustedes saben que nunca había abusado del alcohol hasta que dejé de trabajar y vinimos acá sin tener nada que hacer. Entonces con Helen comenzamos a ....
-Por favoe, no metas a Helen en todo esto. No soporto escucharte hablar así de ella.
El la miró con seriedad; nunca supo con certeza cuánto se habían querido ambas hermanas en realidad.
-Mi afición por la bebida sólo duró un año y medio.... desde que llegamos hasta.... mi derrumbe.
-Fue suficiente.
-Suficiente –coincidió él.
-Yo me debo enteramente a Helen –dijo ella-. Trato de pensar qué es lo que ella habría querido que hiciera. Para ser franca, desde aquella noche en que le hiciste esa monstruosidad, para mí dejaste de existir. No puedo evitarlo. Era mi hermana.
-Comprendo.
-Cuando estaba muriéndose me pidió que me encargara de Honoria. Todo habría sido más fácil si vos no hubieras estado en un sanatorio.
El se quedó sin respuesta.
-Jamás podré olvidar la mañana en que Helen llamó a la puerta, empapada de pies a cabeza y tiritando, y me contó que habías cerrado la puerta con llave dejándola a la inremperie.
Charlie cerró los puños contra los apoyabrazos del sillón. Esto era más complicado de lo que esperaba; intentó en vano dar una larga explicación que lo justificara: -La noche en que la dejé afuera....
Pero ella lo paró en seco: -No me siento con ánímos de volver sobre eso.
Tras un momento de silencio, Lincoln dijo: -Nos estamos yendo por las ramas. Vos querés que Marion renuncie a la tutela y te entregue a Honoria. Creo que el punto principal para Marion es si te tiene o no confianza.
-No la culpo –dijo Charlie pausadamente-, pero puede confiar plenamente en mí. Me estoy portando bien comparado con tres años atrás. Claro que está dentro de las humanas posibilidades el hecho que pudiera volverme a equivocar. Pero si esperamos demasiado perderé la infancia de Honoria y la oportunidad de formar un hogar –y negando con la cabeza agregó: -Sencillamente la perderé, ¿no lo ven?
-Sí, lo veo –dijo Lincoln.
-¿Por qué no pensaste antes en todo esto? –preguntó Marion.
-Supongo que cada tanto lo hacía, pero Helen y yo nos estábamos llevando mal. Cuando resigné la tutela, yo estaba tirado boca arriba en la cama de una clínica y el mercado me había pelado. Sabía que había actuado mal, y hubiese aceptado lo que fuere si a Helen la tranquilizaba. Pero ahora es diferente. Estoy en funcionamiento. Soy conciente de que me porté para el carajo, pero ahora me estoy portando muy bien, hasta donde....
-Por favor no insultes delante de mío –dijo Marion.
El la miró sorprendido. Con cada acotación, Marion hacía más evidente su desagrado. Sus miedos se habían intensificado y con ellos levantó un muro que la separaba de Charlie. Esta recriminación trivial era tal vez el resultado de un problema previo con la cocinera. La alarma que le producía dejar a Honoria en esta atmósfera hostil hacia él comenzó a ir en aumento; tarde o temprano saldría a flote, en una palabra, en un gesto, y parte de esa desconfianza se instalaría irrevocablemente en ella. Pero él borró la expresión de fastidio de su rostro y se lo guardó para sí; había logrado cierto progreso, pues Lincoln se dio cuenta de lo absurda que había sido la acotación de Marion y le preguntó desde cuándo ella objetaba la palabra “carajo”.
-Y otra cosa –dijo Charlie-, ahora puedo brindarle ciertas ventajas. Voy a llevar una institutriz francesa a Praga. Alquilé otra casa....
Al percatarse de que estaba cometiendo un error, se detuvo. No podía esperarse que aceptaran con ecuanimidad el hecho de que él ganara nuevamente el doble de lo que ganaban ellos.
-Supongo que podés darle más lujos que nosotros –dijo Marion-. Mientras vos despilfarrabas dinero, nosotros cuidábamos cada franco.... No sería nada raro que volvieras a hacerlo.
-No, no –respondió él-. Ya aprendí la lección. Trabajé duro durante diez años, ustedes saben.... hasta que tuve suerte en la bolsa, como tanta gente. Mucha suerte. Simplemente no veía ninguna razón para seguir trabajando, así que renuncié.
Se produjo un largo silencio. Toso sintieron subir la tensión, y por primera vez en un año Charlie necesitaba un trago. Ahora tenía la certeza de que Lincoln Peters quería que recuperase a su hija.
De golpe, Marion se sintió turbada; parte de ella veía que ahora Charlie tenía los pies sobre la tierra, y su propio sentido maternal le indicaba que lo que él deseaba era algo natural; pero durante mucho tiempo había vivido con un prejuicio, un prejuicio fundado en la singular desconfianza con que veía la felicidad de su hermana, y el que, bajo la impresión de una noche terrible, se transformó en odio hacia él. Todo había sucedido en un momento de su vida en el que el abatimiento que le producía su salud endeble y circunstancias adversas le hacían necesario creer en una vilanía y en un villano tangibles.
-¡No puedo evitar pensar así! –exclamó de repente- Qué sé yo qué responsabilidad te cabe por la muerte de Helen. Eso es algo que tendrás que conciliar con tu conciencia.
Charlie sintió como una corriente eléctrica de agonía que lo atravesaba; estuvo a punto de ponerse de pie, atinó a decir algo que finalmente no pronunció. Contó hasta diez, esperó otro rato.
-Un momento –dijo Lincoln con cierta in comodidad-. Yo nunca pensé que vos fueras el responsable de lo sucedido.
-Helen murió por problemas del corazón –dijo Charlie desanimandamente.
-Sí, problemas del corazón –Marion habló como si la expresión tuviera otro significado para ella.
Luego, en la chatura que siguió a su arranque, ella lo miró fijamente y supo que de algún modo él había llegado a controlar la situación. Al mirar a su marido, no encontró ayuda de parte deél, y súbitamente, como si se tratara de una cuestión sin importancia, tiró la toalla.
-¡Hacé lo que quieras! –exclamó, poniéndose repentinamente de pie- Es tu hija. Yo no soy quien para interponerme en tu camino. Si fuera mi hija creo que querría verla.... –finalmente pudo recomponerse- Decidan ustedes. Yo no puedo soportar esto. Me siento mal. Voy a recostarme.
Se retiró presurosa de la sala; luego de unos instantes Lincoln habló:
-Hoy tuvo un día difícil. Vos sabés lo apasionada que es.... –hablaba como disculpándose- Cuando a una mujer se le pone algo en la cabeza.
-Entiendo.
-Todo va a salir bien. Creo que ahora ve que podés hacerte cargo de la nena, por lo tanto nosotros no podemos interponernos ni en tu camino ni en el de Honoria.
-Gracias Lincoln.
-Mejor me voy a ver como está.
-Yo ya me voy.
Todavía temblaba cuando llegó a la calle, pero caminar por la Rue Bonaparte hacía los quais lo recompuso, y al cruzar el Sena, límpido y flamante bajo las luces del quai, se sentía eufórico. Pero ya en su cuarto no logró conciliar el sueño. La imagen de Helen se le aparecía. La Helen que tanto había amado, hasta que ambos comenzaron a abusar sin sentido del amor del otro, a despedazarlo. En esa terrible noche de febrero que Marion recordaba con tanta vividez, habían estado discutiendo durante horas. En el Florida tuvieron una escena, luego él intentó llevarla a casa, y después ella besó al joven Webb que estaba en otra mesa; luego de esto sucedió lo que ella había contado histéricamente. Cuando llegó solo a casa, enfurecido, cerró la puerta con llave. ¿Cómo podía saber que una hora más tarde ella llegaría sola, y que se desataría una tormenta de nieve en la que deambularía semidescalza, demasiado turbada para conseguir un taxi? Y luego las secuelas, su milagroso escape de la neumonía, y todo el horror consiguiente. Se “reconciliaron”, pero era el principio del fin, y Marion, que lo había visto con sus propios ojos y que pensaba que era una entre muchas escenas del martirio de su hermana, jamás lo olvidó.
Volver sobre ello acercó a Helen, y en la luz suave y pálida que predomina cerca del amanecer cuando uno está entredormido, se encontró hablándole nuevamente. Ela le dijo que tenía toda la razón respecto a Honoria y que quería que Honoria estuviera con él. Dijo que le alegraba que estuviera siendo bueno y comportándose mejor. Dijo muchas otras cosas --muy amables por cierto—pero ella, que llevaba un vestido blanco, se balanceaba, cada vez más rápido, tanto que al final él no podía escuchar con claridad lo que ella decía.

IV


Se levantó feliz. Las puertas del mundo se le volvían a abrir. Hacía planes, tenía en vista nuevas perspectivas para el futuro de Honoria y el suyo, pero se entristeció de golpe al recordar todos los planes que había hecho con Helen. Ella no había planificado morir. El presente era lo que importaba.... trabajar y tener alguien a quien amar. Pero no amarlo en exceso, pues sabía cuanto daño puede hacerle un padre a una hija o una madre a un hijo apegándosele en demasía: más tarde, fuera de casa, tratarían de encontrar en el matrimonio ese mismo tipo de cariño ilimitado, y al ser tal vez una búsqueda infructuosa, le darían la espalda al amor y a la vida.
Era otro día brillante. Llamó a Lincoln al banco donde trabajaba y le preguntó si podía contar con llevarse a Honoria cuando partiera para Praga. Lincoln estuvo de acuerdo en que no había razón para demorarse. Solo una cosa.... la tutela. Marion quería conservarla un tiempo más. Todo este asunto la había alterado, y suavizaría las cosas que ella sintiera que aún tiene la situación bajo control por un año más. Charlie no puso objeciones, pues era la criatura, tangible y visible, lo único que quería.
Después la cuestión de la institutriz. Charles se sentó en una oscura agencia y entrevistó a una bernesa irascible y a una sumisa campesina bretona, ninguna de las cuales hubiese durado mucho con él. Mañana entrevistaría a otras.
Almorzó con Lincoln Peters en griffons, tratando de disimular su euforia.
-No hay nada como un hijo propio –dijo Lincoln-. Aunque también tenés que entender a Marion.
-Se olvidó de todo lo que trabajé durante siete años allá –replicó Charlie-. Sólo recuerda una noche.
-Hay otra cosa –Lincoln vaciló-. Mientras vos y Helen andaban de jolgorio despilfarrando dinero, nosotros nos arreglábamos con lo justo. Yo no prosperé porque apenas podía con mi seguro. Y me parece que Marion veía algo de injusticia en ello.... vos ni siquiera trabajando hacia el final, y volviéndote cada día más rico.
-Se fue tan rápido como llegó –dijo Charlie.
-Sí, mucho quedó en manos de chasseurs, saxofonistas y maîtres d’hôtel.... bueno, ahora terminó la festichola. Digo todo esto para explicar lo que siente Marion respecto de esos años locos. Si pasás hoy a las seis antes de que Marion se encuentre muy cansada, ajustamos los detalles que restan en el acto.
De nuevo en su hotel, Charlie se encontró con un pneumatique que venía del Ritz, donde Charlie había dejado su dirección con el propósito de encontrarse con cierto hombre.

“QUERIDO CHARLIE: Te veías tan extraño cuando te vimos el otro día que me pregunté si había hecho lago que te ofendiera. Si es así ignoro que podrá ser. En realidad, este año que pasó estuve pensando mucho en vos, y siempre presentí que de venir era probable que te encontrara. Qué bien la pasamos esa primavera descontrolada, como la noche en que robamos el triciclo al carnicero, y la vez que queríamos ir a ver al presidente y vos tenías el viejo sombrero hongo y el bastón de alambre. Todos se ven tan viejos ultimamente, pero yo no me siento vieja para nada. ¿No podríamos vernos hoy en algún momento por los viejos tiempos? Ahora tengo una resaca terrible, pero por la tarde voy a estar mejor y te paso a buscar cerca de las cinco por el Ritz.
“Siempre con devoción,
“LORRAINE”


Su primer sentimiento fue de dolor por haber realmente robado, ya en su madurez, un triciclo, y por haber transportado en este a Lorraine por todo el Etiole desde medianoche hasta la madrugada. Lo veía como una pesadilla. Dejar a Helen a la intemperie no encajaba con ningún otro acto de su vida, pero sí el incidente del triciclo.... era uno entre tantos. ¿Cuántas semanas o meses tuvieron que pasar para llegar a ese estado de irresponsabilidad absoluta?
Trató de visualizar a Lorraine como la veía entonces.... sumamente atractiva; a Helen no le caía nada bien el asunto, aunque no decía nada. Ayer, en el restaurante, Lorraine parecía vulgar, cansada y envejecida. Se rehusaba terminantemente a verla, y le alegraba que Alix no le hubiera facilitado la dirección de su hotel. En cambio, era un alivio pensar en Honoria, en los domingos que compartirían, en darle los buenos días, y en la certeza de saberla en su casa por las noches, respirando en la oscuridad.
A las cinco tomó un taxi y compró regalos para todos los Peters: una cautivante muñeca de trapo, una caja de soldados romanos, flores para Marion, pañuelos de lino para Lincoln.
Al llegar a la casa notó que Marion había aceptado lo inevitable. Esta vez lo saludó como si él fuera un recalcitrante miembro de la familia, antes que un extraño intimidante. A Honoria ya le habían avisado que se marcharía; y a Charlie le algraba ver que el tacto de la niña le hacía disimular la enorme alegría que la embargaba. Sólo en su falda ela le comunicó al oído su placer y le preguntó: “¿Cuándo?” antes de escabullirse con los otros niños.
El y Marion estuvieron a solas en la sala por un minuto, y llevado por un impulso dijo con soltura:
-Las disputas familiares son amargas. No tienen reglas. No son como dolores o heridas; sino más bien como tajos en la piel que no cicatrizarán porque no hay suficiente materia. Me gustaría que nos lleváramos mejor.
-Algunas cosas son difíciles de olvidar –respondió ella-. Es una cuestión de confianza –al no obtener respuesta, seguidamente preguntó: -¿Cuándo tenés pensado llevártela?
-Apenas consiga una institutriz. Tenía esperanzas de que pasado mañana.
-Imposible. Tengo que poner todas sus cosas en orden. No antes del sábado.
El cedió. Al volver a la sala, Lincoln le ofreció un trago.
-Tomaré mi whisky diario –dijo él.
El ambiente era cálido, era un hogar, con gente junto al fuego. Los niños se sentían seguros e importantes; los padres eran serios, dedicados. Tenían cosas más importantes que hacer por los niños que atender su visita. Después de todo, una cucharada de medicina era más importante que la tirante relación entre él y Marion. No es que fueran aburridos, pero estaban muy compenetrados en la vida y las circunstancias. Se preguntó si no podía ayudar a Lincoln a conseguir un trabajo con mejores perspectivas que el del banco.
Un prolongado timbrazo se oyó en la puerta, la bonne à tout faire pasó por delante de ellos y siguió por el pasillo. La puerta se abrió luego de otro largo timbrazo, después se escucharon voces, y en la sala los tres levantaron la vista expectantes.; Richard se corrió para traer el pasillo dentro de su campo visual, y Marion se puso de pie. La empleada regresó por el pasillo, seguida de cerca por las voces, que bajo la luz se materializaron en Duncan Schaeffer y Lorraine Quarrles.
Estaban alegres, hilarantes, riéndose a carcajadas. Charlie no lo podía creer; no podía entender cómo habían hecho para conseguir la dirección de los Peters.
-¡Aaaah! –exclamó Duncan señalando socarronamente a Charlie- ¡Aaaah!
Ambos volvieron a estallar en estrepitosas carcajadas. Nervioso y sin saber que hacer, Charlie en seguida los saludó y los presentó con Lincoln y Marion. Marion, casi sin hablar, los saludó con la cabeza. Había retrocedido un paso en dirección al fuego; su hijita se paró a su lado y Marion le puso un brazo sobre los hombros.
Con su furia en aumento por la intromisión, Charlie esperó a que se explicaran. Después de cierta concentración, Duncan dijo:
-Vinimos a invitarte a cenar. Lorraine y yo estamos convencidos de que’s una ridiculez que te empecines en ocultarnos tu dirección.
Charlie se les acercó, como si los forzara a retroceder por el pasillo.
-Lo siento, pero no puedo. Díganme donde van a estar que los telefoneo en media hora.
Esto no les causó la menor impresión. Lorraine se dejó caer en el apoyabrazos de un sillón, y clavándole los ojos a Richard, exclamó:
-¡Uy, qué chico divino! Acercate, chiquito –Richard, sin moverse, miro a su madre. Lorraine se encogió de hombros de manera perceptible y volvió a mirar a Charlie: -Vení a cenar. Seguro que a tus primos no les importa. Te vemos tan raramente. O raro.
-No puedo –dijo Charlie cortante-. Vayan a cenar ustedes dos y yo los llamo.
La voz de Lorraine se tornó repentinamente antipática:
-Está bien. Nos vamos. Pero me acuerdo de esa vez en que a las cuatro de la mañana casi me tirás la puerta abajo. Fui lo bastante macanuda como para convidarte un trago. Vamos, Dunc.
Todavía con lentitud, con rostros borrosos y enojados, con pasos inciertos, se retiraron por el pasillo.
-Buenas noches –dijo Charlie.
-¡Buenas noches! –respondió enfáticamente Lorraine.
Cuando regresó a la sala Marion no se había movido, sólo que ahora con su otro brazo también rodeaba a su hijo. Lincoln todavía hamacaba a Honoria de atrás hacia delante como a un péndulo de lado a lado.
-¡Qué ultraje! –estalló Charlie- ¡Qué ultraje absoluto!
Nadie respondió. Charlie se dejó caer en un sillón, levantó su copa, la volvió a bajar y dijo:
-Gente que hace dos años no veo y tienen el colosal descaro de....
Se interrumpió de golpe. Marion, quien había dejado escapar una interjección de disgusto mientras suspiraba furiosamente, le dio la espalda bruscamente y abandonó la sala.
Lincoln depositó a Honoria en el suelo con sumo cuidado,
-vayan a tomar la sopa, chicos –y cuando los niños obedecieron se dirigió a charlie: -Marion no está bien y no puede soportar este tipo de sorpresas. Esa clase de gente la enferma.
-Yo no les dije que vinieran. Vaya a saber cómo se las rebuscaron para sacarle a alguien tu dirección. Ellos deliberadamente....
-Bueno, es una lástima. Pero no sirve de nada. Disculpame un minuto.
Cuando se quedó solo, Charlie se sentó tenso en un sillón. En la habitación contigua podía oír a los niños comer, hablando en monosílabos, olvidados ya de la escena entre sus mayores. Desde un cuarto más distante, escuchó un murmullo de conversación y seguidamente el ruido de un teléfono al ser descolgado, y espantado se corrió hasta el otro extremo de la sala, donde no pudiera oír.
Lincoln regresó al minuto: -Mirá, Charlie. Creo que es mejor que suspendamos la cena de esta noche. Marion no se encuentra bien.
-¿Está enojada conmigo?
-Más o menos –respondió, casi con dureza-. Está débil y....
-¿Querés decir que cambió de opinión con respecto a lo de Honoria?
-Ahora está muy amargada. No sé. Telefoneame mañana al banco.
-me gustaría que le explicaras que jamás imaginé que esta gente vendría. Tengo tanta bronca como ustedes.
-Ahora no podría explicarle nada.
Charlie se levantó. Tomó su abrigo y su sombrero y comenzó a caminar hacia el pasillo. Luego abrió la puerta del comedor y con una voz extraña dijo: -Buenas noches, niños.
Honoria se puso de pie y corrió alrededor de la mesa para abrazarlo.
-Buenas noches, amorcito –dijo débilmente, y luego tratando de enternecer más la voz, tratando de conciliar algo: -Buenas noches, queridos niños.

V


Charlie fue directamente al Ritz con la furibunda idea de encontrar a Lorraine y a Duncan, pero no estaban ahí, y se dio cuenta de que ya nada podía hacer de todos modos. No había probado ni una sola gota en lo de los peters, y ahora ordenó un whiscola. Paul se acercó a saludarlo.
-Cómo cambió todo –dijo con tristeza-. Trabajamos la mitad de lo que solíamos hacerlo. Muchos de los que supe que regresaron a los Estados Unidos han perdido todo, tal vez no en el primer crack, pero sí en el segundo. Me enteré que su amigo George Hardt perdió hasta el último centavo. ¡Usted volvió a los Estados Unidos?
-No, estoy trabajando en Praga.
-Escuché que perdió mucho en el crack.
-Así es –y con gravedad agregó: -Pero todo lo que yo quería lo perdí durante el boom.
-No hizo valer sus acciones.
-Algo por el estilo.
Nuevamente el recuerdo de aquellos días le sobrevino como una pesadila –la gente que habían conocido viajando, gente que no podía contar hasta diez ni decir una oración coherente. El hombrecito con quien Helen había consentido bailar en la fiesta del barco, que la había insultado a tres metros de la mesa; las mujeres y las muchachas que, borrachas o drogadas, eran retiradas gritando de lugares públicos—
--Los hombres que dejaban a sus esposas en la nieve, porque la nieve del veintinueve no era nieve verdadera. Si no querías que fuera nieve, sólo había que pagar algo de dinero.
Se acercó al teléfono y llamó a la casa de los Peters; Lincoln fue el que contestó.
-Llamé porque no puedo sacarme este asunto de la cabeza. ¿Dijo Marion algo definitivo?
-Marion se siente mal –respondió Lincoln brevemente-. Yo sé que no todo es tu culpa, pero no puedo permitir que Marion se desmorone a causa de esto. Me temo que tendremos que dejar transcurrir otros seis meses; no puedo arriesgarme a hacerla pasar nuevamente por todo esto.
-Entiendo.
-Lo siento, Charlie.
Regresó a su mesa. Su vaso estaba vacío, pero negó con la cabeza cuando Alix lo miró inquisitivamente. Ya no había mucho que él pudiera hacer excepto enviarle algunas cosas a Honoria; mañana le enviaría muchas cosas. Pensó con cierto fastidio que sólo se trataba de dinero.... le había dado dinero a tanta gente....
-No, basta –le dijo a otro mozo- ¿Cuánto debo?
Algún día volvería; no podían hacerlo parar por siempre. Pero él quería a su hija, y ya nada tenía demasiado valor aparte de eso. Ya no era joven, lleno de pensamientos bonitos y sueños para sí mismo. Estaba absolutamente seguro de que Helen no habría querido que estuviera tan solo.