sábado, 28 de mayo de 2016

Al horno

Este año prácticamente carece de feriados puentes, el no tan viejo y preciado feriado puente. Con Laura decidimos inventarnos uno, avisamos en nuestros respectivos laburos que 23 y 24 de mayo tomaríamos licencia. Así que del sábado 21 al miércoles 25 de mayo teníamos para una escapada. Ambos conocíamos Colonia de vidas anteriores, ella conocía Daymán, habíamos ido juntos a Fray Bentos, pero en esta ocasión teníamos ganas de conocer la capital vecina.
El plan era partir a las cuatro de la mañana, pero nos quedamos dormidos y terminamos saliendo a la 9:00. Estábamos al horno. Tres horas y media hasta el cruce Gualeguaychú-Fray Bentos, y unas cuatro horas de rutas uruguayas hasta Montevideo. Rutas tranquilas, en buen estado hasta Florencio Sánchez, y bastante hechas pelota entre esta localidad y el empalme con la R1 que une Colonia con Montevideo, una autopista como algunos tramos de la panamericana hace unos treinta años, dos carriles por mano y en estado aceptable. Eso sí, el tráfico mucho más tranquilo que en nuestras rutas. Una de las cosas que más me gusta cuando viajo es sintonizar las radios locales. Veníamos escuchando un vibrante relato de Wanderers-Peñarol, a la manera que lo hacía Muñoz o el primer Víctor Hugo, como si lo estuvieras viendo. Resumiendo, a Peñarol lo bombearon y también lo bailaron. Fue 4-1 para los del Prado, y todos y cada uno de los días que estuvimos en Uruguay se habló de ese partido.
Rebobino un poco. Cruzás el puente Alfredo Zitarrosa sobre el Río Santa Lucía, que divide los departamentos de San José y Montevideo, unos kilómetros y se empieza a divisar la capital. Lo primero que llama la atención es la Torre Antel, el edificio más alto de Montevideo desde 2003, más de 30 pisos, unos 160 metros de altura. Su diseño es totalmente diferente al resto de la ciudad. También entrando, si relojeás a la derecha ves el Cerro que da nombre a la ciudad.
Llegamos más o menos 16:30 al Orpheo Express, en Andes y Mercedes, en la misma esquina en la que alguna vez estuvo el Bar Jauja, bar que solía frecuentar el mismísimo Carlos Gardel cuando cruzaba el charco. Es un hotel moderno, con habitaciones amplias y cómodas, y ese toque internacional que, como los shoppings, da lo mismo que estés en Montevideo o Berlín. Habíamos llegado tarde, pero igual salimos a caminar. Fuimos a la Plaza Independencia. Fotos de la estatua ecuestre de Artigas, en la Puerta de la Ciudadela, con el Palacio Presidencial de fondo, y del edificio más llamativo: el Palacio Salvo.





Luego nos adentramos por Sarandí a la Ciudad Vieja, se escuchaba el redoblar de los tambores de candombe, después la recorrimos en auto. Hay que decir que a la nochecita del sábado, estaba todo bastante desierto. Un cafecito en La Pasiva de la Plaza Matriz, y a las ocho encaramos para Punta Carretas. Entramos a un restaurante pequeño, con una carta acotada y con pretensiones de restaurante gourmet. Yo pedí lasagna de centolla y una copa de vino (la carta de vinos era cara), lo que yo ignoraba era que cuando te sirven una copa de vino lo hacen hasta por un dedo debajo de la mitad. Laura pidió un costillar con papas cuña, que según nos dijo la moza brasilera la carne había estado asándose al horno más de cuatro horas, más o menos desde que a Peñarol no le cobraban un penal clarísimo. El nombre del restaurante: Al Forno.