Este año prácticamente carece de feriados puentes, el no tan viejo y
preciado feriado puente. Con Laura decidimos inventarnos uno, avisamos en
nuestros respectivos laburos que 23 y 24 de mayo tomaríamos licencia. Así que
del sábado 21 al miércoles 25 de mayo teníamos para una escapada. Ambos
conocíamos Colonia de vidas anteriores, ella conocía Daymán, habíamos ido
juntos a Fray Bentos, pero en esta ocasión teníamos ganas de conocer la capital
vecina.
El plan era partir a las cuatro de la mañana, pero nos quedamos dormidos
y terminamos saliendo a la 9:00. Estábamos al horno. Tres horas y media hasta
el cruce Gualeguaychú-Fray Bentos, y unas cuatro horas de rutas uruguayas hasta
Montevideo. Rutas tranquilas, en buen estado hasta Florencio Sánchez, y bastante
hechas pelota entre esta localidad y el empalme con la R1 que une Colonia con
Montevideo, una autopista como algunos tramos de la panamericana hace unos treinta
años, dos carriles por mano y en estado aceptable. Eso sí, el tráfico mucho más
tranquilo que en nuestras rutas. Una de las cosas que más me gusta cuando viajo
es sintonizar las radios locales. Veníamos escuchando un vibrante relato de
Wanderers-Peñarol, a la manera que lo hacía Muñoz o el primer Víctor Hugo, como
si lo estuvieras viendo. Resumiendo, a Peñarol lo bombearon y también lo
bailaron. Fue 4-1 para los del Prado, y todos y cada uno de los días que
estuvimos en Uruguay se habló de ese partido.
Rebobino un poco. Cruzás el puente Alfredo Zitarrosa sobre el Río Santa
Lucía, que divide los departamentos de San José y Montevideo, unos kilómetros y
se empieza a divisar la capital. Lo primero que llama la atención es la Torre Antel, el edificio más alto de Montevideo desde 2003, más de 30 pisos, unos 160
metros de altura. Su diseño es totalmente diferente al resto de la ciudad. También
entrando, si relojeás a la derecha ves el Cerro que da nombre a la ciudad.
Llegamos más o menos 16:30 al Orpheo Express, en Andes y Mercedes, en la
misma esquina en la que alguna vez estuvo el Bar Jauja, bar que solía
frecuentar el mismísimo Carlos Gardel cuando cruzaba el charco. Es un hotel
moderno, con habitaciones amplias y cómodas, y ese toque internacional que,
como los shoppings, da lo mismo que estés en Montevideo o Berlín. Habíamos llegado tarde, pero igual salimos a caminar. Fuimos a la Plaza
Independencia. Fotos de la estatua ecuestre de Artigas, en la Puerta de la
Ciudadela, con el Palacio Presidencial de fondo, y del edificio más llamativo:
el Palacio Salvo.
Luego nos adentramos por Sarandí a la Ciudad Vieja, se escuchaba el
redoblar de los tambores de candombe, después la recorrimos en auto. Hay que
decir que a la nochecita del sábado, estaba todo bastante desierto. Un cafecito
en La Pasiva de la Plaza Matriz, y a las ocho encaramos para Punta Carretas. Entramos
a un restaurante pequeño, con una carta acotada y con pretensiones de
restaurante gourmet. Yo pedí lasagna de centolla y una copa de vino (la carta
de vinos era cara), lo que yo ignoraba era que cuando te sirven una copa de vino
lo hacen hasta por un dedo debajo de la mitad. Laura pidió un costillar con
papas cuña, que según nos dijo la moza brasilera la carne había estado asándose
al horno más de cuatro horas, más o menos desde que a Peñarol no le cobraban un
penal clarísimo. El nombre del restaurante: Al Forno.
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