Una ventaja de General Belgrano es su cercanía al GBA. 160 km de ruta, de
los que más de las dos terceras partes son por autopista. Salimos de San Martín
a las 8:00 y antes de las 10:00 de la mañana ya estábamos por allá.
Parece que el durante fin de semana largo de agosto a todo el mundo se le
dio por ir a Gral. Belgrano. Usualmente solemos reservar antes por booking,
trip advisor o algún sitio similar, pero esta vez nos lanzamos sin nada.
Generalmente, cuando viajamos con reserva, una vez en el destino, descubrimos
que hay plazas similares disponibles a un mejor precio. No fue este el caso,
casi nos quedamos sin cama. Brisas del Chadi, lleno, San Benito, lleno, Los
Troncos y Costas del Salado, llenos. Tal vez, sea el momento de darle una
oportunidad a AirBnB la próxima.
Finalmente en una de las cabañas de turismo del municipio nos
consiguieron alojamiento en una de las cabañas de Finca La Elvira: $600 la
noche, 50 más por la ropa blanca. Las cabañas, hermosas, lástima que no fuimos
preparados para este tipo de alojamiento, pero son muy recomendables si ya vas
con la idea de alojarte allí. Además Rosa, la dueña, muy amable.
Hace dos años, en la Semana Santa de 2014 para ser precisos, volviendo de
Tandil por la 74 y la 29 paramos en el cruce de la 41, en la entrada de Gral.
Belgrano, a comer en la Parrilla Los Cardales. Recuerdo que tardaron una
barbaridad en traer la comida que, para ser sincero, tampoco era “el asado”. El
sábado al mediodía volví a darle una oportunidad. Volvieron a tardar, con el
agravante de traer la provoleta dura como una suela, y en vez de vacío nos
trajeron tres churrasquitos, finitos, chiquititos, muy chiquitos. Así que,
amigos, amigas, desde acá no recomendamos la Parrilla Los Cardales.
A unos 20 km. Por la 41 hacia el este se encuentra el bosque encantado y
el casco de lo que fuera la estancia Santa Narcisa. Estas tierras tienen una
linda historia detrás: en agosto del 83, en la agonía de la dictadura, el
entonces gobernador de facto tenía la determinación de vender por monedas ese
lugar a un privado. El pueblo todo de Gral. Belgrano se movilizó ese 2 de
septiembre en lo que se conoció como “El Pueblazo”. No sólo no se vendieron
esas tierras, sino que allí hay hoy una escuela agraria, en el casco de la
Santa Narcisa funciona hoy el Museo de las Estancias, y muchos turistas van
para recorrer los senderos del Bosque Encantado, donde además de ver exóticas
especies de árboles se puede pasar una linda mañana haciendo senderismo y
mateando.
Un gran lugar para cenar es El Almacén. Es un restaurant con una carta de
excelencia, a la vez es una especie de museo campero. Los anaqueles con
botellas de brebajes alcohólicos de todo tipo y época, tarros para galletitas,
sifones, almanaques antiguos con ilustraciones de época y motivos gauchescos.
Es una cita obligada si pasás por General Belgrano. A nosotros nos pasó que por
no tener reserva nos mandaron a un subsuelo con cuatro mesas, también con
elementos de museo, pero sin la amplitud del salón principal. Yo cené pejerrey
tibuchá miní, Laurita unos agnolottis que se veían de lujo.
Un lugar muy recomendado son Los Vagones que están en la Plaza central de
la ciudad. Esa plaza –no recuerdo el nombre- es el predio que rodeaba la vieja
estación ferroviaria. Digo vieja estación porque en Argentina pasó el menemismo
y muchos ramales de trenes dejaron de funcionar. Hace más de 20 años que no
llega el tren a General Belgrano. Muchos pueblos del interior tienden a
desaparecer cuando el tren deja de pasar, no fue el caso de Gral. Belgrano
gracias a su cercanía con el conurbano y la conectividad vial que le dan las
rutas 29, 41, y también la 3.
La cuestión es que en ese predio que rodea las vías muertas hay un grupo
de vagones reciclados en puntos gastronómicos. Nosotros visitamos el que se
llama Frida el domingo por la mañana y desayunamos ahí. Muy pintoresco, por
dentro y por fuera, pero el desayuno nada del otro mundo. De hecho, comí uno de
los waffles más duros de los que haya noticia.
Desde hace un par de años hay un motivo más para visitar Gral. Belgrano:
las Termas del Salado. Su cercanía es la enorme ventaja que tienen respecto de
las más cercanas de Entre Ríos. El punto negativo es que aún no cuentan con una
infraestructura para albergar a una afluencia grande de turistas. Y puede pasar
lo que nos pasó a nosotros, cuando nos acercamos el domingo al mediodía ya
estaba en toda su capacidad y ya no se permitía el ingreso de nadie más. Así
que la visita a las termas será en otra oportunidad.
Sin poder ingresar a la termas, hice un pequeño paseo. Tomé la 29 e
ingresé a Villanueva, que es una localidad del Partido lindero de General Paz y
regresé por un camino mejorado que vuelve a cruzar el Río Salado, y donde hay
un camping en el que muchas familias pasan el día de pesca.
Además, me enteré que Villanueva rivaliza con General Belgrano por el
Pato. El superclásico del deporte nacional, me dijeron, es entre El Siasgo,
original de Villanueva y compuesto mayormente por peones, y Barrancas del
Salado, equipo de terratenientes de Gral. Belgrano. Dicen que se sacan chispas
cada vez que se enfrentan.
No nos quedaba mucho por hacer. Hasta que en el potrero que está frente a
las termas vimos que estaban haciendo parapente. Nos acercamos y hablamos con
Pucho, de Parapente Límite. Laura, entusiasta de lo extremo, fue la primera en
realizar el vuelo sobre el Río Salado y la ciudad. Por mi parte, yo le advertí
que estaba con un sobre peso importante y me tranquilizó: “No te preocupes, las
condiciones de viento son ideales y yp llegé a levantar personas de hasta 130
kg. Cuando me llegó el turno, uno de los que asistían a Pucho le dijo: “No
regalés pista y van a levantar bien”, lo que me causó mucha gracia.
Hice el vuelo duro como rulo de estatua, pero la sensación y las vistas
desde la altura son inigualables. Encima, ya estaba oscureciendo y pude ver
General Belgrano iluminado mientras sobrevolábamos el Salado. Y lo lejos, las
luces de Chascomús, y hacia el otro lado las de San Miguel del Monte. Los diez
minutos de parapente se hacen interminables y al aterrizar la sensación es de
alivio. Listo, ya hice algo que podríamos llamar deporte extremo. Y hasta ahí
creo que llego.
Era la última noche y fuimos a cenar al Restaurante La Confianza. Está a
unas 20 cuadras saliendo del pueblo, es una casona en una esquina en un cruce
de tierra, a 1,5 km. de la 41 y a unos 2,5 km. de la 29. La comida y la
atención, excelente. Una muy buena carta de vinos, con precio y calidad, y un
ambiente acogedor. Además está a apenas dos horas, ideal para una cita
romántica.