lunes, 29 de agosto de 2016

Fin de semana largo en General Belgrano

Una ventaja de General Belgrano es su cercanía al GBA. 160 km de ruta, de los que más de las dos terceras partes son por autopista. Salimos de San Martín a las 8:00 y antes de las 10:00 de la mañana ya estábamos por allá.
Parece que el durante fin de semana largo de agosto a todo el mundo se le dio por ir a Gral. Belgrano. Usualmente solemos reservar antes por booking, trip advisor o algún sitio similar, pero esta vez nos lanzamos sin nada. Generalmente, cuando viajamos con reserva, una vez en el destino, descubrimos que hay plazas similares disponibles a un mejor precio. No fue este el caso, casi nos quedamos sin cama. Brisas del Chadi, lleno, San Benito, lleno, Los Troncos y Costas del Salado, llenos. Tal vez, sea el momento de darle una oportunidad a AirBnB la próxima.
Finalmente en una de las cabañas de turismo del municipio nos consiguieron alojamiento en una de las cabañas de Finca La Elvira: $600 la noche, 50 más por la ropa blanca. Las cabañas, hermosas, lástima que no fuimos preparados para este tipo de alojamiento, pero son muy recomendables si ya vas con la idea de alojarte allí. Además Rosa, la dueña, muy amable.
Hace dos años, en la Semana Santa de 2014 para ser precisos, volviendo de Tandil por la 74 y la 29 paramos en el cruce de la 41, en la entrada de Gral. Belgrano, a comer en la Parrilla Los Cardales. Recuerdo que tardaron una barbaridad en traer la comida que, para ser sincero, tampoco era “el asado”. El sábado al mediodía volví a darle una oportunidad. Volvieron a tardar, con el agravante de traer la provoleta dura como una suela, y en vez de vacío nos trajeron tres churrasquitos, finitos, chiquititos, muy chiquitos. Así que, amigos, amigas, desde acá no recomendamos la Parrilla Los Cardales.
A unos 20 km. Por la 41 hacia el este se encuentra el bosque encantado y el casco de lo que fuera la estancia Santa Narcisa. Estas tierras tienen una linda historia detrás: en agosto del 83, en la agonía de la dictadura, el entonces gobernador de facto tenía la determinación de vender por monedas ese lugar a un privado. El pueblo todo de Gral. Belgrano se movilizó ese 2 de septiembre en lo que se conoció como “El Pueblazo”. No sólo no se vendieron esas tierras, sino que allí hay hoy una escuela agraria, en el casco de la Santa Narcisa funciona hoy el Museo de las Estancias, y muchos turistas van para recorrer los senderos del Bosque Encantado, donde además de ver exóticas especies de árboles se puede pasar una linda mañana haciendo senderismo y mateando.
Un gran lugar para cenar es El Almacén. Es un restaurant con una carta de excelencia, a la vez es una especie de museo campero. Los anaqueles con botellas de brebajes alcohólicos de todo tipo y época, tarros para galletitas, sifones, almanaques antiguos con ilustraciones de época y motivos gauchescos. Es una cita obligada si pasás por General Belgrano. A nosotros nos pasó que por no tener reserva nos mandaron a un subsuelo con cuatro mesas, también con elementos de museo, pero sin la amplitud del salón principal. Yo cené pejerrey tibuchá miní, Laurita unos agnolottis que se veían de lujo.
Un lugar muy recomendado son Los Vagones que están en la Plaza central de la ciudad. Esa plaza –no recuerdo el nombre- es el predio que rodeaba la vieja estación ferroviaria. Digo vieja estación porque en Argentina pasó el menemismo y muchos ramales de trenes dejaron de funcionar. Hace más de 20 años que no llega el tren a General Belgrano. Muchos pueblos del interior tienden a desaparecer cuando el tren deja de pasar, no fue el caso de Gral. Belgrano gracias a su cercanía con el conurbano y la conectividad vial que le dan las rutas 29, 41, y también la 3.





La cuestión es que en ese predio que rodea las vías muertas hay un grupo de vagones reciclados en puntos gastronómicos. Nosotros visitamos el que se llama Frida el domingo por la mañana y desayunamos ahí. Muy pintoresco, por dentro y por fuera, pero el desayuno nada del otro mundo. De hecho, comí uno de los waffles más duros de los que haya noticia.
Desde hace un par de años hay un motivo más para visitar Gral. Belgrano: las Termas del Salado. Su cercanía es la enorme ventaja que tienen respecto de las más cercanas de Entre Ríos. El punto negativo es que aún no cuentan con una infraestructura para albergar a una afluencia grande de turistas. Y puede pasar lo que nos pasó a nosotros, cuando nos acercamos el domingo al mediodía ya estaba en toda su capacidad y ya no se permitía el ingreso de nadie más. Así que la visita a las termas será en otra oportunidad.
Sin poder ingresar a la termas, hice un pequeño paseo. Tomé la 29 e ingresé a Villanueva, que es una localidad del Partido lindero de General Paz y regresé por un camino mejorado que vuelve a cruzar el Río Salado, y donde hay un camping en el que muchas familias pasan el día de pesca.
Además, me enteré que Villanueva rivaliza con General Belgrano por el Pato. El superclásico del deporte nacional, me dijeron, es entre El Siasgo, original de Villanueva y compuesto mayormente por peones, y Barrancas del Salado, equipo de terratenientes de Gral. Belgrano. Dicen que se sacan chispas cada vez que se enfrentan.
No nos quedaba mucho por hacer. Hasta que en el potrero que está frente a las termas vimos que estaban haciendo parapente. Nos acercamos y hablamos con Pucho, de Parapente Límite. Laura, entusiasta de lo extremo, fue la primera en realizar el vuelo sobre el Río Salado y la ciudad. Por mi parte, yo le advertí que estaba con un sobre peso importante y me tranquilizó: “No te preocupes, las condiciones de viento son ideales y yp llegé a levantar personas de hasta 130 kg. Cuando me llegó el turno, uno de los que asistían a Pucho le dijo: “No regalés pista y van a levantar bien”, lo que me causó mucha gracia.
Hice el vuelo duro como rulo de estatua, pero la sensación y las vistas desde la altura son inigualables. Encima, ya estaba oscureciendo y pude ver General Belgrano iluminado mientras sobrevolábamos el Salado. Y lo lejos, las luces de Chascomús, y hacia el otro lado las de San Miguel del Monte. Los diez minutos de parapente se hacen interminables y al aterrizar la sensación es de alivio. Listo, ya hice algo que podríamos llamar deporte extremo. Y hasta ahí creo que llego.

Era la última noche y fuimos a cenar al Restaurante La Confianza. Está a unas 20 cuadras saliendo del pueblo, es una casona en una esquina en un cruce de tierra, a 1,5 km. de la 41 y a unos 2,5 km. de la 29. La comida y la atención, excelente. Una muy buena carta de vinos, con precio y calidad, y un ambiente acogedor. Además está a apenas dos horas, ideal para una cita romántica.






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