miércoles, 27 de enero de 2010

Timote, 65 años en tres días

La historia ya es conocida. A finales de mayo de 1970 un grupo de jóvenes secuestra a Aramburu, lo lleva a Timote, un pueblito a 500 km. de la ciudad de Buenos Aires, lo someten a un juicio revolucionario y al tercer día lo matan. El grupo de jóvenes es la organización peronista Montoneros. Aramburu, el general que sacó a Perón, que ordenó los fusilamientos de Valle y de los compañeros de José León Suárez, el que escamoteó el cadáver de Evita al pueblo peronista.
El autor imagina los diálogos que acontecen durante esos tres días, elige la ficción, dice, porque no permite el juicio. Descarta las versiones existentes, la de Firmenich es descartada de plano. Los tres días que van desde el secuestro hasta la muerte de Aramburu funcionan como una puesta en abismo de los últimos 65 años de historia argentina. Allí se exploran los años felices del primer peronismo, cómo esas políticas molestaban a las clases dominantes, los años de resistencia peronista, la alternancia de gobiernos militares y civiles con el peronismo proscripto, el caldo de cultivo que fueron esos años para la aparición de jóvenes de familias bien volcados al peronismo. La resignación del establishment con respecto a la imposibilidad de desterrar el peronismo. El intento de traer a Perón como una prenda de reconciliación y transformar al peronismo en un partido de la democracia liberal. Allí se prevén los años violentos por venir, la furia nunca vista hasta entonces del ejército, y el logro también de un partido justicialista domesticado, de saco y corbata.
Sabemos que José Pablo Feinmann tiene una visión particular del peronismo, quién no. Pero también sabemos, fuimos dolorosos testigos, que el partido justicialista fue la herramienta que se utilizó para implantar el neoliberalismo más salvaje que se vio por estos lares. Tampoco ignoramos que es desde el peronismo desde donde se intenta nuevamente levantar las banderas de Perón y Evita, que no son otras que justicia social, independencia económica y soberanía política.
La novela se inicia con el relato de la muerte de Fernando Abal Medina, delatado en una pizzería de William Morris por un hombre del pueblo, tres meses después de haber él matado a Aramburu. Después se cuenta el secuestro, juicio y muerte de Aramburu. Se nos cuenta un Abal Medina idealista, una Norma “La Gaby” Arrostito inteligente, la mujer del jefe, pero a la vez la figura maternal de montoneros, y un Firmenich frío, tosco y calculador, que espera un error del jefe para hacerse del liderazgo.
Como se dijo, los diálogos son supuestos, pero la lectura de la novela nos hace recorrer en todas direcciones los últimos 65 años de nuestra historia.

miércoles, 13 de enero de 2010

El control de los medios y la propaganda

¿Cómo una minoría puede imponer un proyecto de país que beneficia sólo a unos pocos y perjudica a la mayoría? Mediante la confusión. Hace algunos años traduje este ensayo de Noam Chomsky sobre la fabricación de consenso. El texto original apareció en marzo de 1991 en "Open Magazine Pamphlet Series" con el título Media Control & Propaganda.
En su momento busqué en la red este texto y no estaba. Lo subí entonces a mi página personal (que ya no existe). Hoy no sé si hay alguna versión en español en el ciber espacio. Tampoco me fijé. A continuación, mi humilde traducción:


El tema que fuera anunciado, "Desinformación y la Guerra del golfo", es en realidad menos amplio que el que me gustaría tratar. Ya llegaré a ese punto. Pero antes me gustaría abordar un contexto más abarcador para llegar a ese tema en particular. Este contexto en realidad tiene que ver con qué clase de mundo y en qué clase de sociedad queremos vivir, y en especial en qué sentido de democracia queremos que ésta sea una sociedad democrática. Para abrir la cuestión, permítanme comenzar por contraponer dos concepciones diferentes de democracia. Una de estas concepciones sostiene que una sociedad democrática es aquella en la que el público tiene los medios para participar de manera significativa en la administración de sus propios asuntos y los medios de información son libres y abiertos. Si uno busca democracia en un diccionario encontrará una definición como ésta.
Una concepción alternativa de democracia es la que dice que el público debe ser mantenido al margen de la administración de sus propios asuntos y los medios de información deben ser rígidamente controlados y para nada abiertos. Puede sonar como una concepción extraña de democracia, pero es importante entender que es la concepción que prevalece. De hecho la ha sido por largo tiempo, no sólo en la práctica sino también en teoría. Hay una vasta historia que se remonta a las primeras revoluciones democráticas modernas en la Inglaterra del siglo XVII que expresa ampliamente este punto de vista. Me voy a mantener en el período moderno y decir unas palabras acerca de cómo se desarrolla esa noción de democracia y por qué y cómo el problema de los medios y la desinformación caben dentro de ese contexto.


TEMPRANA HISTORIA DE LA PROPAGANDA

Comencemos con la primera operación de propaganda de un gobierno moderno. Fue durante el gobierno de Woodrow Wilson, quien fuera electo presidente en 1916 sobre la base de "Paz sin victoria." Eso estaba bien en medio de la Primera Guerra Mundial. La población era sumamente pacifista y no veía razones para involucrarse en una guerra europea. El gobierno de Wilson estaba decidido a entrar en la guerra y tenía que hacer algo al respecto. Se formó una comisión de propaganda del gobierno, llamada Comisión Creel, la que en seis meses logró transformar a una población pacifista en una población sedienta de guerra que quería destruir todo lo que fuera alemán, despedazar a los alemanes, ir a la guerra y salvar al mundo. Aquel fue un logro importante, y llevó a un logro aún mayor. Para la misma época, ya finalizada la guerra, se utilizaron las mismos técnicas para generar un descontrolado Pánico Rojo, como se lo llamaba, que en gran medida logró destruir sindicatos y eliminar problemas tan peligrosos como la libertad de prensa y la libertad de ideas políticas. Existió un fuerte apoyo de parte de los medios, del establishment empresarial, que de hecho organizó e impulsó estas tareas, y en general la operación fue exitosa.
Entre los que participaron entusiasta y activamente estaban los intelectuales progresistas, miembros del círculo de John Dewey, quienes se sentían realmente orgullosos, como puede desprenderse de sus escritos de la época, en haber mostrado que lo que ellos llamaban los "miembros más inteligentes de la comunidad", es decir ellos mismos, fueron capaces de conducir a la guerra a una población no dispuesta a ir, aterrorizándola y produciendo en ésta un agresivo fanatismo chauvinista. Los medios utilizados fueron amplios. Por ejemplo, se prefabricaron gran cantidad de atrocidades de los Hunos, bebés belgas con sus brazos mutilados, y toda clase de barbaridades que aún hoy se leen en los libros de historia. Todo había sido inventado por el ministerio de propaganda británico, cuya intención en la época, como lo incluyeron en sus deliberaciones secretas, era "controlar el pensamiento del mundo." Pero lo que más crucialmente querían controlar era el pensamiento de los miembros más inteligentes de la comunidad norteamericana, ya que estos diseminarían la propaganda que ellos estaban armando y llevarían al país pacífico a una histeria beligerante. Funcionó. Funcionó muy bien. Y dejó una lección: la propaganda estatal, cuando la apoyan las clases educadas, y cuando no se permite ninguna desviación, puede tener un efecto importante. Hitler y muchos otros aprendieron esta lección, y aún hoy sigue siendo aplicada.


DEMOCRACIA DE ESPECTADORES

Otros que se impresionaron con estos éxitos fueron los teóricos democráticos liberales y figuras líderes de los medios, como, por ejemplo, Walter Lippman, pope de los periodistas norteamericanos, un importante crítico de la política exterior y doméstica y un importante teórico de la democracia liberal. Si uno echa un vistazo a sus ensayos, se puede ver que se subtitulan algo así como "Una teoría progresista del pensamiento democrático liberal." Lippman estaba involucrado en estas comisiones de propaganda y reconocía sus logros. Sostenía que lo que él llamaba una "revolución en el arte de la democracia", podía ser utilizada para fabricar consenso, o sea, generar en el público opiniones favorables en asuntos en los que no estaban de acuerdo por medio de las nuevas técnicas de propaganda. También pensaba que ésta era no sólo una buena idea sino también necesaria. Era necesaria porque, según él, "el interés común elude enteramente la opinión pública" y sólo puede comprenderla y llevarla a cabo una clase especializada de hombres responsables lo suficientemente inteligentes para resolver las cosas. Esta teoría asevera que sólo una pequeña elite, la comunidad intelectual de la que hablaban los seguidores de Dewey, puede entender los intereses comunes, que a todos nos importa, y que estos asuntos "eluden al público en general." Esta es una visión que se remonta cientos de años atrás. También es una visión típicamente leninista. De hecho, es muy cercana a la concepción leninista de que una vanguardia de intelectuales revolucionarios tomen el poder del estado, y luego conduzcan a las masas estúpidas hacia un futuro que ellos son demasiado tontos para comprender e incompetentes para predecir por sí mismos. La teoría democrática liberal y el marxismo-leninismo están muy cerca en sus suposiciones ideológicas comunes. Creo que ésa es una de las razones por la que la gente encuentra tan fácil pasarse de una a otra posición sin el menor sentido de cambio. Es sólo una cuestión de evaluar dónde está el poder. Tal vez haya una revolución popular, y eso nos pondrá en el poder del estado; y tal vez no la haya, en cuyo caso trabajaremos para la gente con poder real: la comunidad empresaria. Pero haríamos lo mismo: llevaríamos a las masas estúpidas hacia un mundo que son demasiado tontos para comprender por sí mismos.
Lippman sostenía esto con una teoría bastante elaborada de la democracia progresista. Argumentaba que en una democracia que funcionara apropiadamente hay clases de ciudadanos. Primero está la clase de ciudadanos que deben tomar un rol activo en la administración de los asuntos generales. Es la clase especializada. Son las personas que analizan, ejecutan, toman decisiones, y operan en los sistemas político, económico e ideológico. Representan un pequeño porcentaje de la población. Naturalmente, cualquiera que sostenga estas ideas es siempre parte de este pequeño grupo, y hablan acerca de qué hacer en lo que respecta a los otros. Los otros, que no pertenecen al pequeño grupo, la gran mayoría de la población, son a los que Lippman llama el "rebaño confundido." Tenemos que protegernos del paso y la furia del rebaño confundido. Ahora bien, hay dos funciones en una democracia: la clase especializada, los responsables, llevan a cabo las funciones ejecutivas, lo que significa que ellos son los que piensan, planifican y comprenden los intereses comunes. Por otro lado, está el rebaño confundido, y ellos también tienen una función en la democracia. Esta función, dice Lippman, es la de ser espectadores, no participantes activos. Pero además de esa tienen otra función, porque se trata de una democracia. Ocasionalmente se les permite prestar su peso para uno u otro miembro de la clase especializada. En otras palabras, se les permite decir: "Queremos que usted sea nuestro líder" o "Queremos que usted sea nuestro líder." Eso se debe a que es una democracia y no un estado totalitario. Es lo que se llama una elección. Pero una vez que prestaron su peso para uno u otro miembro de la clase especializada se supone que deben regresar al llano y volverse espectadores de la acción, pero no participantes. Así sucede en una democracia que funciona de manera apropiada.
Y existe una lógica detrás de esto. Hay incluso un principio moral apremiante detrás de esto. Este principio es que la mayoría de la gente es simplemente demasiado estúpida para comprender las cosas. Si intentan manejar sus propios asuntos, sólo causarán problemas. Por lo tanto sería inmoral e impropio permitírselos. Tenemos que domesticar al rebaño confundido, no dejar que se descontrole, pisotee y destruya las cosas. Es más o menos la misma lógica que dice que sería impropio dejar que un chico de tres años cruce la calle. Nadie le da esa libertad a un chico de tres años porque un chico de esa edad no sabe manejar esa libertad. Así mismo, no se permite que el rebaño confundido sea participante activo. Sólo causarán problemas.
Entonces necesitamos algo para domesticar al rebaño confundido, y ese algo es esta nueva revolución en el arte de la democracia: la fabricación de consenso. Los medios de comunicación, la escuela, y la cultura popular tienen que estar divididos. Porque la clase política y los que toman las decisiones tienen que darle un sentido tolerable de la realidad, a la vez que tienen que infundir las creencias apropiadas. No debe dejarse pasar inadvertido que aquí hay una premisa no dicha. La premisa no dicha (e incluso los hombres responsables tienen que ocultársela) tiene que ver con la pregunta de cómo llegan a la posición donde tienen la autoridad de tomar decisiones. Y la forma en que quieren hacerlo es, por supuesto, estando al servicio de la gente realmente poderosa. La gente con poder real son los dueños de la sociedad, que es un grupo muy reducido. Si la clase especializada puede venir y decir, “yo puedo estar al servicio de sus intereses”, entonces pueden ser parte del grupo ejecutivo. Eso debe mantenerse callado. Eso significa que a ellos tienen que haberles insuflado las creencias y doctrinas que estarán al servicio del poder privado. A menos que no manejen esta habilidad a la perfección, no forman parte de la clase especializada. Por lo tanto tenemos una clase de sistema educativo dirigido a los hombres responsables, la clase especializada. Tienen que ser profundamente adoctrinados en los valores y los intereses del poder privado y el nexo estado-corporación que representan. Si pueden comprender eso, entonces pueden ser miembros de la clase especializada. Al rebaño confundido fundamentalmente debe hacérsele dirigir la atención a otro lado. Hacer que presten atención a alguna otra cosa. Mantenerlos fuera del problema. Asegurarse de que a lo sumo permanezcan como espectadores de la acción, ocasionalmente prestando su peso para uno u otro de los líderes reales, de entre quienes pueden elegir.
Este punto de vista ya ha sido desarrollado por mucha otra gente. De hecho, es bastante convencional. Por ejemplo, un importante teólogo contemporáneo y crítico de la política exterior, Reinhold Niebuhr, a veces llamado "el teólogo del establishment", el gurú de George Kennan y los intelectuales Kennedy y otros, señala que la "racionalidad es una habilidad sumamente restringida". Sólo un pequeño número de personas la posee. La mayoría de la gente es guiada por simples emociones e impulsos. Los que poseemos racionalidad tenemos que crear las ilusiones necesarias y las simplificaciones emocionalmente potentes para mantener a los simplones naïves más o menos en curso. Esto se volvió parte substancial de la politología contemporánea. En los '20 y comienzo de los '30, Harold Lasswell, fundador del moderno campo de las comunicaciones y uno de los más importantes politólogos norteamericanos, explicó que no debíamos sucumbir a los "dogmatismos democráticos" acerca de que los hombres son los mejores jueces de sus propios intereses. Porque no lo son. Nosotros somos los mejores jueces de los intereses públicos. Por lo tanto, en un acto de moralidad ordinaria, tenemos que asegurarnos que no tengan la oportunidad de actuar sobre la base de sus juicios equivocados. En lo que hoy se llama un estado totalitario, es decir un estado militar, esto es fácil. Se les mantiene el garrote a la altura de sus cabezas, y si se salen de la línea se les da un garrotazo. Pero como la sociedad se ha vuelto más libre y democrática, esa capacidad se pierde. Por lo tanto hay que inclinarse por las técnicas de propaganda. La lógica es clara. La propaganda es a la democracia lo que el garrote es a un estado totalitario. Eso es sabio y bueno porque, nuevamente, los intereses comunes eluden al rebaño confundido. Este no puede resolverlos.


RELACIONES PUBLICAS

Estados Unidos fue pionero en la industria de las relaciones públicas. Su cometido, como lo señalaban sus líderes, era "controlar la mente del público". Aprendieron mucho de los éxitos de la Comisión Creel y de los éxitos del Pánico Rojo y sus consecuencias. La industria de las relaciones públicas sufrió una gran expansión en esa época. Por algún tiempo tuvo éxito en crear una subordinación casi completa del público al gobierno del mundo de los negocios durante los '20. Esto era tan extremo que comisiones del Congreso comenzaron a investigarlo mientras avanzábamos hacia los '30. De ahí es de donde aparece tanta información acerca de eso.
Las relaciones públicas son una industria enorme. Actualmente se está gastando alrededor de un billón de dólares anuales. Desde un comienzo su cometido era controlar la mente del público. En la década del 30, como durante la primera guerra mundial, volvieron a surgir problemas importantes. Había una gran depresión y los trabajadores se organizaban. De hecho, en 1935 la clase trabajadora obtuvo una importante victoria legislativa, el derecho a organizarse, con el Acta Wagner. Con esto surgieron dos serios problemas. Por un lado, la democracia estaba funcionando mal. El rebaño confundido estaba obteniendo victorias legislativas, y se supone que no debería ser de esta manera. El otro problema era que se estaba volviendo posible para la gente organizarse. La gente tenía que ser separada, segregada, atomizada. Se supone que no deberían organizarse, porque entonces podrían ser algo más que espectadores de la acción. De hecho podrían transformarse en participantes si mucha gente de recursos limitados pudiese juntarse y entrar a la arena política. Eso es realmente amenazador. El mundo de los negocios respondió con fuerza para asegurarse de que esa sea la última victoria legislativa de los trabajadores y de que sería el comienzo del fin de esta desviación democrática de organización popular. Funcionó. Esa fue la última victoria legislativa de los trabajadores. De ahí en más -aunque el número de gente afiliada a sindicatos tuvo un ascenso durante la segunda guerra mundial- la capacidad de actuar a través de sindicatos comenzó a decaer firmemente. No fue casual. Nos estamos refiriendo a la comunidad de los negocios, que gasta grandes sumas de dinero, tiempo, y pensamiento para manejar estos problemas a través de la industria de las relaciones públicas y otras organizaciones, como la Asociación Nacional de Fabricantes y la Mesa Redonda de Empresarios, entre otras. Inmediatamente se pusieron a trabajar para encontrar alguna manera de contrarrestar estas desviaciones democráticas.
La primera prueba fue un año después, en 1936. Hubo una importante huelga en Aceros Bethlehem en Johnstown, en el oeste de Pensilvania, en el Valle Mohawk. La comunidad empresarial probó con una nueva técnica de destrucción de los trabajadores, que funcionó muy bien. No con rompehuelgas ni matones. Eso ya no daba el resultado esperado, sino a través de medios propagandísticos más sutiles y efectivos. La idea era pensar maneras de volver al público en contra de los huelguistas, presentarlos como problemáticos, perjudiciales para el público y en contra de los intereses comunes. "Nuestros" intereses comunes, los del empresario, el trabajador, el ama de casa. Es decir "nosotros". Queremos estar juntos y tener cosas como la armonía, el americanismo y trabajar todos juntos. Entonces aparecen esos huelguistas malos que son molestos y causan problemas, rompen la armonía y violan el americanismo. Hay que detenerlos para poder vivir juntos. El ejecutivo de una corporación y el tipo que limpia los pisos tienen los mismos intereses. Podemos trabajar todos juntos y hacerlo por el americanismo en armonía, llevándonos todos bien. Básicamente, ese era el mensaje. Se hizo un esfuerzo enorme para presentar esta idea. Se trata, después de todo, de la comunidad empresarial, controlan los medios y tienen recursos masivos. Y funcionó de manera muy efectiva. De hecho, se la terminó llamando la "fórmula del Valle Mohawk" y se aplicó una y otra vez para romper huelgas. Se los denominaba "métodos científicos para romper huelgas", y daban resultado al movilizar la opinión de la comunidad a favor de conceptos huecos y vacíos como americanismo. ¿Quién puede estar en contra de eso? O armonía. ¿Quién puede estar en contra de eso? O, para actualizarnos, "Apoye a nuestras tropas." ¿Quién puede estar en contra de eso? O cintas amarillas. ¿Quién puede estar en contra de eso? Cualquier cosa que sea totalmente vacía. De hecho, qué significa si alguien le pregunta: ¿Apoya a la gente en Iowa? ¿Puede responder Sí, los apoyo, o No, no los apoyo? Ni siquiera es una pregunta. No significa nada. Ese es el punto. En los eslóganes de las relaciones públicas como "Apoye a nuestras tropas", el punto es que no significan nada. Significan tanto como decir "Apoyo a la gente de Iowa". Por supuesto, había una cuestión de fondo. Esta cuestión era, ¿Apoya nuestra política? Pero uno no quiere que la gente piense en esto. Ese es el punto en la buena propaganda. Uno quiere crear un eslogan del que nadie esté en contra, al que todos apoyen, porque nadie sabe lo que significa, pero su valor crucial está en que desvía la atención de algo que sí significa algo: ¿Apoya nuestra política? Eso es de lo que no se permite hablar. ¿Pero hay gente que discute sobre el apoyo a las tropas? Por supuesto yo no doy mi apoyo. Entonces usted ganó. Es como el americanismo y la armonía. Estamos todos juntos, eslóganes vacíos, unámonos, asegurémonos de no tener a esta mala gente alrededor de nosotros quebrantando nuestra armonía con sus discursos de lucha de clases, derechos y ese tipo de asuntos.
Todo eso es muy efectivo. Y llega hasta la actualidad. Y por supuesto está cuidadosamente pensado. Quienes están en la industria de las relaciones públicas no lo están por simple diversión. Están trabajando. Están tratando de infundir los valores correctos. De hecho, tienen una concepción de lo que debe ser la democracia: un sistema en el cual la clase especializada es entrenada para trabajar al servicio de los amos, los verdaderos dueños de la sociedad. El resto de la población debe ser privada de cualquier tipo de organización, porque la organización sólo causa problemas. Tienen que estar sentados solos frente al televisor y habiendo metido bien en sus cabezas el mensaje que dice que el único valor en la vida es seguir acumulando bienes o vivir como esa familia de clase media alta que aparece en la televisión y poseer bonitos valores como armonía y americanismo. Eso es todo en la vida. Uno puede pensar para sí que tiene que haber algo más que esto en la vida, pero como uno está solo mirando la televisión, uno supone que debe estar loco, porque eso es todo lo que está pasando allí. Y como no se permite ningún tipo de organización (esto es absolutamente crucial) jamás hay manera de averiguar si se está loco, y simplemente se lo supone, porque es natural suponerlo.
Por lo tanto ese es el ideal. Se hacen grandes esfuerzos para tratar de alcanzar ese ideal. Obviamente, existe una idea clara detrás de esto. La idea de democracia es la que ya he mencionado. El rebaño confundido es un problema. Debemos evitar su avance y su furia. Hay que distraerlos. Deberían estar mirando el Superbowl, comedias de situaciones o películas de acción. Y cada tanto llamarlos para cantar eslóganes sin sentido como “Apoye a nuestras tropas.” Hay que mantenerlos bien asustados, porque a menos que no estén bien asustados o temerosos de toda clase de demonios externos, internos o de cualquier parte que van a destruirlos, pueden comenzar a pensar, lo que es muy peligroso, porque no tienen competencia para pensar. Por lo tanto es importante distraerlos y mantenerlos al margen de todo.
Esa es una concepción de democracia. De hecho, volviendo a la comunidad empresarial, la última victoria legal para los trabajadores fue realmente el Acta Wagner en 1935. Tras el comienzo de la guerra, los sindicatos, como la rica cultura de la clase trabajadora asociada con ellos, comenzaron a declinar. Nos transformamos en una sociedad dominada por los negocios a un nivel notable. Esta es la única sociedad industrial capitalista estatal que carece hasta del contrato social normal que se encuentra en sociedades comparables. Aparte de Sudáfrica, supongo, esta es la única sociedad industrial que no tiene un sistema nacional de salud. Ni siquiera existe la intención general de alcanzar estándares mínimos para la supervivencia de los sectores de la población que no pueden seguir esas reglas ni pueden obtener cosas por y para ellos mismos. Los sindicatos son virtualmente inexistentes, lo mismo que otras formas de estructura popular. No hay partidos políticos ni organizaciones. Es un largo camino hacia el ideal, al menos estructuralmente. Los medios son un monopolio corporativo. Tienen el mismo punto de vista. Los dos partidos son facciones del partido de los negocios. La mayoría de la población no se molesta en votar porque se lo ve sin sentido. Están excluidos y adecuadamente distraídos. Al menos esa es la meta. La figura líder en la industria de las relaciones públicas, Edward Bernays, salió realmente de la Comisión Creel. Formó parte de ella, aprendió sus lecciones y continuó para desarrollar lo que se conoce como “ingeniería del consenso”, lo que él describe como “la esencia de la democracia.” La gente que es capaz de fabricar consenso es la que tiene los recursos y el poder de hacerlo, la comunidad empresaria, y es para ellos para quien se trabaja.


Fabricando opinión

También es necesario mentalizar a la población para apoyar aventuras foráneas. Generalmente, la población es pacifista, como lo fue durante la Primera Guerra Mundial. El publico no ve ninguna razón para involucrarse en aventuras foráneas, matanzas y torturas. Entonces hay que hacerle un lavado de cerebro. Y para esto hay que asustarlo. El mismo Bernays tuvo un logro importante con respecto a esto. Él fue quien condujo la campaña de relaciones públicas para la United Fruit Company en 1954 cuando Estados Unidos se movilizó para derrocar al gobierno democrático-capitalista de Guatemala e instaló una sociedad de escuadrones de la muerte, que continúa hasta nuestros días con constantes ayudas norteamericanas para evitar las desviaciones democráticas que tienen lugar allí. Es necesario imponer constantemente planes domésticos a los que el público se opone, porque no hay razón para que la gente esté a favor de planes que la perjudique. Esto, también, necesita mucho de la propaganda. Hemos visto demasiado de esto en los últimos diez años. Los planes de Reagan eran inmensamente impopulares. Incluso los que lo votaron, en un sesenta por ciento, tenían la esperanza de que sus políticas no se promulgaran. Si se toman planes puntuales, como armamentos, el recorte del gasto social, etc., casi todos fueron fuertemente resistidos. Pero mientras la gente sea excluida y distraída y no tenga manera de organizarse y articular sus opiniones, o incluso saber que otros comparten estos puntos de vista, gente que dijo preferir el gasto social al gasto militar, que dio esa respuesta en las encuestas, como lo hizo la gente en su mayoría, supusieron ser los únicos con esa loca idea en la cabeza. Jamás lo escucharon en otro lado. Se supone que nadie piensa eso. Por lo tanto, si alguien sí lo piensa, y así lo sostiene en una encuesta, también cree ser un caso extraño. Mientras no haya una manera de que uno se junte con otras personas que compartan o refuercen ese punto de vista y lo ayuden a articularlo, uno se siente una rareza, un bicho raro. Entonces uno se mantiene al margen y no le presta atención a lo que sucede. Mira para otro lado, mira el Superbowl.
Hasta cierto punto, entonces, ese ideal se alcanzó, pero nunca del todo. Aún hoy hay instituciones a las que ha sido imposible destruir. Las iglesias, por ejemplo, todavía existen. Mucha de la actividad disidente en Estados Unidos viene de las iglesias, por la simple razón de que están allí. Cuando uno va a un país europeo a dar una charla política es muy probable que se haga en un sindicato. Eso no puede pasar aquí, primeramente porque los sindicatos apenas existen, y de existir no funcionan como organizaciones políticas. Pero sí hay iglesias, y es por lo tanto ahí donde a menudo se dan charlas. El trabajo solidario con América Central surgió básicamente de las iglesias, principalmente porque éstas existen.
Nunca puede domesticarse del todo al rebaño confundido, por lo tanto es una lucha continua. En la década del ‘30 se volvieron a levantar y fueron derrotados. En los ’60 hubo otra ola de disidencia. A la que se le dio un nombre. La clase especializada la llamó “la crisis de la democracia.” En los ’60 se consideraba que la democracia estaba entrando en crisis. La crisis era que grandes segmentos de la población se estaban organizando activamente e intentaban participar en la arena política. En este punto volvemos a los dos conceptos de democracia. De acuerdo a la definición del diccionario, esto es un avance democrático. Mientras que de acuerdo a la concepción predominante es un problema, una crisis a superar. La población debe ser conducida nuevamente a la apatía, obediencia y pasividad que es su estado apropiado. Por lo tanto hay que hacer algo para superar la crisis. Se han hecho muchos esfuerzos para lograrlo. Más bien en vano. Afortunadamente, la crisis de la democracia está vivita y coleando, aunque no muy efectiva a la hora de cambiar políticas. Pero al contrario de lo que muchos creen, sí lo es a la hora de hacer cambiar opiniones. Se han hecho grandes esfuerzos desde los ’60 para tratar de revertir y superar este flagelo. De hecho uno de sus aspectos posee una denominación técnica. Se lo llama el “Síndrome de Vietnam.” Expresión surgida en los ’70 que fuera ocasionalmente definida. Norman Podhoretz, intelectual pro Reagan, la definió como “las débiles y enfermizas inhibiciones contra el uso de la fuerza militar.” Existieron estas inhibiciones contra la violencia en gran número de personas. El público simplemente no comprendía por qué teníamos que ir torturando y matando gente, o bombardeándolos. Es muy peligroso que estas inhibiciones prendan en la población ya que, como Göebbels lo entendió, entonces hay un límite a las aventuras foráneas. Es necesario como lo señalara el otro día el Washington Post, más bien con orgullo, “infundir respeto por las virtudes marciales”. Eso es importante. Si lo que se quiere es tener una sociedad violenta que vaya por el mundo usando la fuerza para lograr las metas de su elite doméstica, hace falta tener una apreciación apropiada de las virtudes marciales y nada de esas inhibiciones débiles y enfermizas sobre el uso de la violencia. Eso es el Síndrome de Vietnam. Es necesario superarlo.


La representación como realidad

También es necesario falsificar totalmente la historia. Esa es otra manera de superar esas inhibiciones enfermizas, hacer parecer que cuando atacamos y destruimos a alguien en realidad nos estamos defendiendo y protegiendo de agresores y monstruos mayores. Desde la guerra de Vietnam ha habido enormes esfuerzos para reconstruir la historia. Mucha gente comenzó a entender lo que en verdad sucedía. Incluyendo a muchos soldados y a numerosos jóvenes involucrados en movimientos pacíficos y otros por el estilo. Eso no estaba bien. Se hacía necesario reacomodar esos malos pensamientos y restaurar alguna forma de sanidad, es decir, el reconocimiento de que cualquier cosa que hagamos es una acción noble y es lo correcto. Si bombardeamos Vietnam del Sur, es porque estamos defendiendo a Vietnam del Sur de alguien, a saber, de los vietnamitas del sur, pues nadie aparte de ellos están allí. Es lo que los intelectuales de Kennedy llamaron “la defensa contra la agresión internacional en Vietnam del Sur.” Esa es la expresión utilizada por Adlai Stevenson. Era necesario hacer de esto el cuadro oficial y hacerlo entender bien. Y esto dio los resultados esperados. Cuando se tiene un control total de los medios, del sistema educativo y los académicos son conformistas, eso puede hacerse entender perfectamente. Un indicador de eso se revela en un estudio realizado en la Universidad de Massachusetts sobre la actitud hacia la actual crisis del Golfo –un estudio de las creencias y las actitudes al mirar televisión. Una de las preguntas que se hacían en el estudio era: “¿Cuántas bajas vietnamitas consideraría que hubo durante la guerra de Vietnam?” La respuesta promedio de parte de los norteamericanos hoy es alrededor de 100.000. La cifra oficial es de aproximadamente dos millones. La cifra real probablemente asciende a entre tres y cuatro millones. Los que llevaron a cabo el estudio se preguntaron acertadamente: ¿Qué pensaríamos de la cultura política en Alemania si a la gente se le preguntara cuántos judíos murieron en el Holocausto y respondieran cerca de 300.000? ¿Qué nos diría eso de la cultura política de los alemanes? A la pregunta la dejan sin respuesta. Pero ésta puede ser rastreada. ¿Qué nos dice sobre nuestra cultura? Nos dice bastante. Es necesario superar las enfermizas inhibiciones contra el uso de la fuerza militar y otras desviaciones democráticas. En este caso en particular se pudo. Esto es cierto en cualquier tema. Tómese cualquier otro tema que se desee: Medio Oriente, el terrorismo internacional, América Central, el que fuere; el cuadro mundial que se le presenta al público no guarda la más remota relación con la realidad. La verdad del asunto esta enterrada bajo torres y torres de mentiras. Ha sido todo un éxito espectacular desde esta perspectiva al desalentar la amenaza de la democracia, logrado bajo condiciones de libertad, lo que es sumamente interesante. No sucede como en un estado totalitario, donde se lo hace a la fuerza. Estos logros se obtienen bajo condiciones de libertad. Si queremos entender nuestra sociedad, debemos pensar en estos hechos. Son hechos importantes para aquellos a quienes les importa en qué clase de sociedad vivimos.


Cultura disidente

A pesar de todo, la cultura disidente ha sobrevivido. Ha crecido mucho desde los ’60. En esa época, esta cultura disidente se desarrollaba en forma lenta. No hubo protestas contra la guerra de Indochina hasta años después de comenzados los bombardeos norteamericanos en Vietnam del Sur. Surgió como un movimiento pequeño, conformado en su mayoría por estudiantes y jóvenes. Hacia los ’70 esto había cambiado considerablemente. Surgieron y crecieron grandes movimientos populares: Los movimientos ecologistas, feministas, antinucleares y otros. En los ’80 hubo una expansión aún mayor hacia los movimientos solidarios, lo que es muy nuevo e importante en la historia de la disidencia norteamericana y tal vez mundial. Hubo movimientos que no sólo protestaban sino que se involucraban, con frecuencia íntimamente, en la vida de quienes sufrían alrededor del mundo. Han aprendido muchas cosas de esto y tuvo un efecto civilizador importante en las principales corrientes del país. Todo esto ha marcado una gran diferencia. Cualquiera que haya participado en este tipo de actividad durante algunos años sabe de qué se trata. Yo mismo sé que las charlas que doy en las partes más reaccionarias del país –Georgia central, Kentucky del este- son charlas que no podría haber dado durante el apogeo de los movimientos de paz a las audiencias más activas de estos mismos movimientos. Ahora pueden darse en cualquier lado. La gente puede estar o no de acuerdo, pero al menos comprenden de qué habla uno y existe una especie de base común a la que apuntar.
Todos estos son signos del efecto civilizador, a pesar de la propaganda y de los esfuerzos por controlar el pensamiento y fabricar consenso. Hoy la gente está adquiriendo la capacidad y la voluntad de pensar bien las cosas. El escepticismo sobre el poder ha crecido y las actitudes hacia muchos asuntos han cambiado. Es un proceso algo lento, lentísimo tal vez, pero palpable e importante. Si es lo suficientemente rápido para marcar una diferencia significativa en lo que pasa en el mundo es otra cuestión. Tómese un ejemplo conocido: la famosa brecha entre géneros. En los ’60, hombres y mujeres tenían actitudes prácticamente iguales hacia asuntos tales como las “virtudes marciales” o las inhibiciones enfermizas contra el uso de la fuerza militar. Nadie, hombre o mujer, padecía esas enfermizas inhibiciones a comienzo de los ’60. Todos reaccionaban del mismo modo. Nadie pensaba que el uso de la violencia para oprimir pueblos en el exterior estuviera mal. Con el paso de los años esto fue cambiando. Las inhibiciones enfermizas se han incrementado en todas partes. Pero mientras tanto se ha formado una brecha, y actualmente esta brecha es sustancial. De acuerdo a las encuestas es de alrededor del 25 %. ¿Qué sucedió? Lo que pasó es que hay alguna forma de movimiento popular al menos semiorganizado en el que las mujeres se han involucrado: el movimiento feminista. La organización tiene sus efectos. Significa que uno descubre que no está solo. Hay otros que comparten los mismos puntos de vista. Uno puede reforzar sus opiniones y aprender más sobre lo que se piensa y se cree. Este tipo de movimientos son muy informales, no como organizaciones de las que se necesita ser miembro, simplemente un estado de ánimo que involucra la interacción entre las personas. Tiene un efecto notable. Y ese es el peligro de la democracia: si las organizaciones pueden desarrollarse, si la gente no se queda pegada frente a la televisión, a uno pueden venirle todas estas ideas raras, como las inhibiciones enfermizas contra el uso de la fuerza militar. Eso es lo que hay que superar, pero aun no ha sido posible.


Desfile de enemigos

En vez de hablar de la última guerra, permítanme hacerlo acerca de la que vendrá, ya que a veces es más útil estar preparado antes que reaccionar. Existe hoy en Estados Unidos un desarrollo muy particular. No es éste el primer país del mundo en el que esto sucede. Cada vez hay más problemas internos sociales y económicos, en realidad, quizá más que problemas, catástrofes. Nadie en el poder tiene intención alguna de hacer algo al respecto. Si se presta atención a los programas domésticos de los gobiernos de los diez años últimos (incluyo aquí a la oposición demócrata) no hay propuestas serias sobre qué hacer con la gran cantidad de problemas graves: salud, educación, vivienda, desocupación, aumento de la delincuencia, cárceles, deterioro en las ciudades del interior. Todos sabemos de qué se trata, y que son cada vez más graves. Sólo en los dos primeros años de George Bush en el poder tres millones de chicos cruzaron la línea de pobreza, se incrementa la deuda, cae el nivel educativo, los sueldos reales volvieron aproximadamente al nivel de fines de los ’50 para la mayoría de la población, y nadie está haciendo algo al respecto. En tales circunstancias hay que distraer al rebaño confundido, porque si empiezan a notar esto puede que no les guste, ya que ellos son los perjudicados. No alcanza con ponerlos a ver el Superbowl y comedias de situación. Hay que alentarles el miedo a los enemigos. En los ’30 Hitler alentó en la población el miedo a los judíos y a los gitanos. Había que destruirlos para defenderse de ellos. También nosotros tenemos nuestra manera de hacerlo. Durante la última década, cada uno o dos años, se inventa algún demonio del cual tenemos que defendernos. Siempre solía haber uno disponible: los rusos. Uno siempre puede defenderse de los rusos, pero están perdiendo su atractivo como enemigos. Y cada vez es más y más difícil utilizarlos, entonces hay que inventar otros nuevos. En realidad, la gente ha sido bastante injusta con George Bush por no haber podido expresar o articular lo que verdaderamente nos impulsa en estos momentos. Eso es muy injusto. A mediados del primer lustro de los ’80, cuando uno dormía, todos tocaban la misma canción: Se vienen los rusos. Pero él ya no dispone de ellos y tiene que inventar otros, al igual que el aparato de relaciones públicas de Reagan en los ’80. Entonces vino el terrorismo internacional, el narcotráfico, los árabes locos, y Saddam Hussein, el nuevo Hitler, que va a conquistar el mundo. Tienen que continuar surgiendo uno tras otro. Hay que asustar, aterrorizar, e intimidar a la población para que tengan demasiado miedo para viajar y se acurruquen atemorizados. Entonces se obtiene una magnífica victoria en Grenada, Panamá, o ante cualquier otro ejército indefenso del Tercer Mundo que pueda ser pulverizado antes de poder verlos, que es lo que realmente sucedió. Eso brinda tranquilidad. Hemos sido salvados en el último minuto. Esa es una de las maneras en que se puede mantener al rebaño confundido sin que presten atención a lo que realmente sucede a su alrededor, mantenerlos distraídos y controlados. El próximo, muy probablemente, será Cuba. Para eso se requerirá que continúe la guerra económica ilegal, quizá también que se siga adelante con extraordinarias acciones terroristas internacionales. La mayor operación de terrorismo internacional organizada hasta hoy ha sido la Operación Mangosta del gobierno de Kennedy, y todo lo que vino después, contra Cuba. No ha habido nada ni siquiera comparable a ello excepto tal vez la guerra contra Nicaragua, si se llama a eso terrorismo. La Corte Mundial la clasificó como algo más bien parecido a la agresión. Siempre existe una ofensiva ideológica que construye un monstruo quimérico, y luego sigue la campaña para aplastarlo. No se puede entrar si ellos pueden defenderse. Eso es demasiado peligroso. Pero si se puede asegurar que es posible aplastarlos, tal vez los sacamos de combate y volvemos a respirar aliviados.
Esto ha venido sucediendo durante mucho tiempo. En mayo de 1986, aparecieron las memorias de Armando Valladares, prisionero cubano que fuera liberado. Enseguida se convirtieron en un suceso mediático. Les brindaré un par de citas. Los medios definieron sus revelaciones como “el relato definitivo del vasto sistema de tortura y encarcelamiento por medio del cual Castro castiga y elimina la oposición política. Un relato inspirador e inolvidable de las prisiones bestiales, la tortura inhumana, y un documento de la violencia de estado impuesta por otro de los asesinos en masa de este siglo, de quien, gracias a este libro, al fin sabemos que ha creado un nuevo depotismo que ha institucionalizado la tortura como mecanismo de control social en el infierno que fue la Cuba en la que vivió Valladares.” Esto es del Washington Post y el New York Times en idénticas críticas. Castro es descripto como “un dictador criminal, cuyas atrocidades fueron reveladas en este libro de manera tan concluyente que sólo los intelectuales occidentales más delirantes y de sangre más fría saldrán en defensa del tirano.” Washington Post. Recuérdese, este es el relato de lo que le sucedió a un solo hombre. Supongamos que es todo cierto. No nos planteemos interrogantes sobre qué le pasó al hombre que dice haber sido torturado. En una Ceremonia por el Día de los Derechos Humanos en la Casa Blanca, Ronald Reagan destacó su valentía al soportar el sadismo y los horrores de este sangriento tirano cubano. Luego se lo designó representante de Estados Unidos en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, desde donde pudo prestar importantes servicios al defender los gobiernos de El Salvador y Guatemala de los cargos de realizar atrocidades tan masivas que cualquier cosa que él haya sufrido parecía insignificante. Así es como están las cosas.


Percepción selectiva

Esto sucedió en mayo de 1986. Es interesante, y dice algo sobre la fabricación de consenso. En el mismo mes, los miembros sobrevivientes del Grupo de Derechos Humanos de El Salvador (los líderes habían sido asesinados) fueron arrestados y torturados, incluyendo a Herbert Anaya, su director. Los enviaron a la cárcel La Esperanza. Mientras estaban presos continuaron con su trabajo de derechos humanos. Eran abogados y siguieron tomando denuncias. Había 432 presos en dicha cárcel. Pudieron obtener 430 denuncias firmadas en las que describían, bajo juramento, las torturas a las que fueran sometidos: tortura eléctrica y otras atrocidades, incluyendo, en un caso, la tortura por un militar norteamericano uniformado, a quien se describe detalladamente. Este es un testimonio extenso y exhaustivo, tal vez único por el detalle con el que se da cuenta de lo que sucede en una sala de torturas. Este informe de 160 páginas con los testimonios bajo juramento de los presos pudo ser sacado de la cárcel, lo mismo que un videocasete en donde se veía a la gente dando su testimonio en prisión sobre las torturas recibidas. Fue distribuido por Interfaith Task Force del Condado de Marin. La prensa nacional rehusó cubrir la historia. Las cadenas de televisión rehusaron pasar el video. Sólo apareció un artículo en el diario local del Condado de Marin, el San Francisco Examiner, y creo que eso es todo. Nadie más tocaría el tema. Para entonces aparecieron unos cuantos “intelectuales de occidente delirantes y de sangre fría” elogiando a José Napoleón Duarte y a Ronald Reagan. Anaya no recibió ningún homenaje en el Día de los Derechos Humanos. Tampoco fue designado para ningún cargo. Fue liberado en un intercambio de prisioneros y luego asesinado, aparentemente por las fuerzas de seguridad apoyadas por Estados Unidos. Muy poca información apareció sobre este episodio. Los medios jamás se plantearon que si de haber expuesto las atrocidades, en vez de sentarse sobre ellas y silenciarlas, hubieran podido salvarle la vida.
Esto dice algo acerca de la manera en que funciona un sistema de fabricación de consenso bien aceitado. Al compararlas con las revelaciones de Herbert Anaya en El Salvador, las memorias de Valladares son un poroto junto a una montaña. Pero hay trabajo que hacer. Y eso nos lleva a la siguiente guerra. Seguramente, oiremos mucho más sobre esto, hasta que se lleve a cabo la próxima operación.
Algunos comentarios sobre la última guerra. Ahora sí aboquémonos a eso. Déjenme comenzar con el estudio realizado por la Universidad de Massachusetts que ya mencioné. Llega a varias conclusiones interesantes. En el mismo se le preguntaba a la gente si creía que Estados Unidos debería intervenir con la fuerza para revertir ocupaciones ilegales y serios abusos a los derechos humanos. Dos de cada tres personas pensaban que sí. Deberíamos usar la fuerza en casos de ocupaciones ilegales y serios abusos a los derechos humanos. Si Estados Unidos tiene que seguir ese consejo, deberíamos bombardear El Salvador, Guatemala, Indonesia, Damasco, Tel Aviv, Ciudad del Cabo, Turquía, Washington, y una enorme lista de otros estados. En todos estos casos existe ocupación ilegal, agresión y serios abusos a los derechos humanos. Si se conocen los hechos en toda esa gama de ejemplos, que no tenemos tiempo de repasar, sabrán muy bien que las atrocidades y la agresión por parte de Saddam Hussein cuadran muy bien dentro de ese abanico. No es el caso más extremo. ¿Por qué nadie llega a esa conclusión? La razón es que nadie sabe. En un sistema de propaganda que funcione bien, nadie sabría de lo que estoy hablando cuando doy esa lista de ejemplos. Si se presta atención, se verá que esos ejemplos son adecuados. Tómese uno que estuvo ominosamente cerca de ser percibido por estos días. En febrero, en medio de la campaña de bombardeo, el gobierno del Líbano le pidió a Israel que observara la Resolución 425 del Consejo de Seguridad de la ONU, que exigía la retirada inmediata e incondicional del Líbano. Dicha resolución data de 1978. Desde entonces ha habido dos resoluciones más exigiendo el retiro inmediato e incondicional de Israel del Líbano. Por supuesto que Israel no observa las resoluciones porque cuenta con el apoyo de Estados Unidos para mantener la ocupación. Mientras tanto, al sur del Líbano se vive aterrorizado. Hay grandes salas de torturas donde suceden cosas horrorosas. Se lo utiliza como base para atacar otras partes del Líbano. A lo largo de los últimos trece años el Líbano fue invadido, Beirut bombardeada, y más de 20.000 personas, el 80 % civiles, fueron asesinadas, se destruyeron hospitales y se impuso el terror, los saqueos y robos en general. Todo bien, Estados Unidos lo apoyó. Este es sólo un caso. Nada de esto apareció en los medios ni se produjo discusión alguna respecto de si Israel y Estados Unidos debían observar la Resolución 425 o cualquiera de las otras resoluciones, tampoco nadie exigió que se bombardeara Tel Aviv, aunque de acuerdo a los principios sostenidos por dos tercios de la población deberíamos hacerlo. Después de todo, se trata de una ocupación ilegal y de serios abusos a los derechos humanos. Este es sólo un caso. Hay otros mucho peores. La invasión de Indonesia a Timor del Este eliminó cerca de 200.000 personas. Los demás parecen insignificantes al lado de este, que fuera firmemente apoyado por Estados Unidos. Y todavía hoy cuenta con el apoyo de importantes diplomáticos y militares norteamericanos. Y podemos seguir continuamente.


La guerra del Golfo

Esto muestra cómo funciona un buen sistema de propaganda. La gente puede llegar a pensar que cuando agredimos a Irak y Kuwait es porque realmente seguimos nuestro principio de que la ocupación ilegal y los abusos a los derechos humanos deben enfrentarse con la fuerza. No ven lo que significaría que esos principios fuesen aplicados a la conducta de Estados Unidos. Ese es un éxito espectacular de la propaganda.
Echémosle un vistazo a otro caso. Si se observa detenidamente la cobertura que se le da a la guerra desde agosto, se verá que hay un par de voces importantes ausentes. Por ejemplo, existe una oposición democrática iraquí, de hecho, muy valiente y bastante importante. Por supuesto que trabajan en el exilio ya que sería imposible sobrevivir en Irak. Están principalmente en Europa. Está conformada por banqueros, ingenieros, arquitectos y gente por el estilo. Son claros, tienen voz, hablan. En febrero, cuando Saddam Hussein era todavía socio en negocios y el amigo preferido de George Bush, vinieron a Washington, de acuerdo a fuentes de la oposición democrática iraquí, con un pedido de ayuda para sus demandas exigiendo una democracia parlamentaria en Irak. Fueron desairados por completo, porque a Estados Unidos no les interesaba. No se registró ninguna reacción oficial con respecto a esto. Desde agosto se viene haciendo más difícil ignorar su existencia. En ese mes nos pusimos en contra de Saddam Hussein después de haberlo favorecido por muchos años. Aquí estaba la oposición democrática iraquí que algo debería tener que decir sobre el asunto. Los pondría felices ver a Saddam Hussein diezmado y fuera del poder. Él asesinó a sus hermanos, torturó a sus hermanas, y los echó del país. Estuvieron luchando contra su tiranía durante todo el tiempo en el que Ronald Reagan y George Bush lo mimaban. ¿Y su voz? Demos una mirada a los medio nacionales y veamos cuanto puede encontrarse acerca de la oposición democrática iraquí desde agosto hasta marzo. Ni una palabra. No es que no hayan dicho nada. Han hecho declaraciones, propuestas, llamados y demandas. Si se los mira bien no se diferencian de aquellos que militan en los movimientos pacifistas norteamericanos. Están contra Saddam Hussein y se oponen a la guerra con Irak. No quieren ver a su país destruido. Lo que quieren es una solución pacífica, y sabían muy bien que ésta podía alcanzarse. Esa es la visión equivocada y por eso se los deja de lado. Nosotros no oímos una palabra sobre la oposición democrática iraquí. Si alguien quiere averiguar sobre ellos, que elija la prensa alemana o británica. No dicen mucho tampoco, pero están menos controlados que nosotros y algo publican.
Este es un logro espectacular de la propaganda. En primer lugar, que las voces de los demócratas iraquíes esté excluidas por completo, y en segundo lugar, que nadie se de cuenta de ello. Eso también es interesante. Se requiere una población profundamente adoctrinada para no percibir que no escuchamos las voces de la oposición democrática iraquí y no preguntarnos Por qué ni encontrar la respuesta obvia: porque los demócratas iraquíes tienen sus propias ideas. Están de acuerdo con el movimiento pacifista y entonces se quedan afuera.
Vayamos ahora a las razones para ir a la guerra. Algunas se brindaron. Las razones son: los agresores no pueden ser recompensados y la agresión debe ser repelida mediante el rápido recurso de la violencia. No es razón suficiente para ir a la guerra. No se ofrecieron otras razones. ¿Acaso puede esa ser razón para ir a la guerra? ¿Sostiene Estados Unidos esos principios, de que los agresores no pueden ser recompensados y la agresión debe ser repelida rápidamente mediante el recurso de la violencia? No voy a insultar su inteligencia repasando los hechos, pero lo cierto es que dichos argumentos pueden ser refutados en dos minutos por un adolescente escolarizado. Sin embargo, nadie los refutó. Fíjense en los medios, en los críticos y comentaristas liberales, en la gente que testificó en el Congreso y vean si alguien cuestionó la sospecha de que Estados Unidos se opone a esos principios. ¿Se opuso Estados Unidos a su propia agresión en Panamá e insistió en bombardear Washington para repelerla? Cuando en 1969 se declaró ilegal la ocupación sudafricana a Namibia, ¿impuso Estados Unidos algún tipo de sanción en los alimentos y los medicamentos? ¿Fue acaso a la guerra? ¿Bombardeó Ciudad del Cabo? No, tomó veinte años de “tranquila diplomacia.” No fueron veinte años lindos esos. Sólo en los años de las administraciones Reagan-Bush, Sudáfrica asesinó alrededor de un millón y medio de personas en los países de la región. Olvidemos lo que estuvo pasando entre Sudáfrica y Namibia. De algún modo eso no lastima nuestras almas sensibles. Se siguió con la “tranquila diplomacia” para terminar recompensando a los agresores. Se les dio el puerto más importante de Namibia y numerosísimas ventajas que tenían en cuenta sus intereses de seguridad. ¿Dónde quedó ese principio que sosteníamos? Nuevamente, sería un juego de niños demostrar que esas no habían sido las razones para ir a la guerra, simplemente porque no sostenemos esos principios. Pero nadie lo hizo –eso es lo importante. Y nadie se molestó en sacar la conclusión que se desprende: no se ofreció ninguna razón por la cual ir a la guerra. Ninguna. Ninguna razón que no pudiera ser refutada en dos minutos por un adolescente escolarizado. Debería asustarnos de ser tan profundamente totalitarios que nos puedan llevar a la guerra sin que se nos dé una razón para ello y sin que nadie se de cuenta o le importe. Es un hecho sumamente llamativo.
A mediados de enero, justo antes de que comenzaran los bombardeos, una importante encuesta realizada por Washington Post-ABC reveló datos muy interesantes. Se le preguntó a la gente: “Si Irak aceptara retirarse de Kuwait a cambio de que el Consejo de Seguridad considere el conflicto del problema Árabe-Isrealí, ¿estaría a favor de esto?” Cerca de dos tercios de la población respondió que sí. Como lo hubiera hecho el resto del mundo, incluyendo a la oposición democrática Iraquí. Entonces, dos tercios de los norteamericanos estaban a favor de eso. Seguramente, cada una de esas personas creería ser la única en pensar de ese modo. Y claro que nadie de la prensa había dicho que sería una buena idea. Las órdenes de Washington fueron que se suponía que debíamos estar contra cualquier tipo de vinculación, es decir, la diplomacia, y por lo tanto todos marchaban a paso de ganso y todos se oponían a la diplomacia. Inténtese encontrar algún comentario en la prensa, apenas una columna de Alex Cockburn en Los Angeles Times, que sostenía que sería una buena idea. La gente que respondía a esa pregunta creía que estaba sola, pero eso es lo que yo pienso. Supongamos que sabían que no estaban solos, que otra gente pensaba igual, como la oposición democrática iraquí. Supongamos que sabían que esto no era hipotético, que Irak hubiera hecho exactamente esa propuesta. Ocho o diez días antes lo habían admitido importantes funcionarios de Estados Unidos. El 2 de enero, estos funcionarios habían admitido una oferta iraquí de retirarse por completo de Kuwait a cambio de que el Consejo de Seguridad considerase el conflicto Árabe-Isrealí y el problema de las armas de destrucción masiva. Estados Unidos estuvo rehusándose a estas negociaciones desde mucho antes de la invasión a Kuwait. Supongamos que la gente hubiera sabido con certeza que la oferta estaba sobre la mesa y que tenía un amplio apoyo y que eso era exactamente lo que cualquier persona racional interesada en la paz haría, como lo hacemos en otros casos, en los raros casos en los que queremos revertir la agresión. Supongamos que se hubiese conocido. Cada uno puede hacer sus propias inferencias, pero yo estaría seguro de que esos dos tercios de población hubieran trepado al 98 %. Estos son los grandes éxitos de la propaganda. Tal vez, ninguna de las personas que respondió la encuesta supiese algo de lo que acabo de mencionar. La gente pensaba que estaba sola. Por lo tanto, podía procederse con la política de guerra sin oposición.
Se discutió mucho acerca de si las sanciones resultarían. Incluso apareció el jefe de la CIA a discutirlo. Sin embargo no se discutió algo más obvio: ¿Habían dado resultados las sanciones para entonces? La respuesta es sí, aparentemente; tal vez para fines de agosto, muy probablemente para fines de diciembre. Se hacía difícil idear alguna otra razón para las ofertas iraquíes de retirarse, que estaban autenticadas y en algunos casos dadas a conocer por altos funcionarios norteamericanos, quienes las describían como serias y negociables. Entonces la verdadera pregunta es: ¿Habían dado resultados las sanciones para entonces? ¿Había una salida? ¿Había una salida rápida bastante aceptable para la población en general, el mundo entero y la oposición democrática iraquí? Estas cuestiones jamás se discutieron, y es crucial para un sistema de propaganda que funcione bien que no sean discutidas. Esto habilita al presidente del Comité Nacional Republicano a decir, esta mañana, que de estar un Demócrata en el poder, Kuwait no hubiese sido liberado hoy. Puede decir eso sin que ningún Demócrata salga a decir que si fuera Presidente no sólo Kuwait no hubiera sido liberado hoy sino seis meses antes, porque existieron posibilidades que hubiera aprovechado y Kuwait hubiera sido liberado sin la matanza de miles de personas ni causando una catástrofe ecológica. Ningún Demócrata diría eso porque ningún Demócrata tomó esa posición. Salvo Henry Gonzalez y Barbara Boxer. Pero la cantidad de gente que tomó esa posición es tan minoritaria que es virtualmente inexistente. Dado que ningún político Demócrata diría eso, Clayton Yeutter es libre para hacer sus declaraciones.
Cuando los misiles Scud caían sobre Israel, nadie de la prensa lo aplaudió. Nuevamente, otro hecho interesante acerca de un sistema de propaganda que funciona bien. Podríamos preguntarnos, ¿por qué no? Después de todo, los argumentos de Saddam Hussein eran tan buenos como los de George Bush. ¿Cuáles eran, después de todo? Tomemos el ejemplo del Líbano. Saddam Hussein dice que no puede tolerar la ocupación. No puede dejar que Israel ocupe las Alturas del Golan y Jerusalem oriental, en oposición al unánime acuerdo del Consejo de Seguridad. No puede tolerar la ocupación. No puede tolerar la agresión. Israel ha estado ocupando el sur del Líbano durante trece años violando las resoluciones del Consejo de Seguridad rehusándose a obedecerlas. En el transcurso de ese periodo atacó todo el Líbano, y todavía bombardea gran parte de este país a voluntad. No puede tolerar eso. Puede haber leído el informe de Amnistía Internacional sobre las atrocidades de Israel en la Franja de Gaza. Su corazón está sangrando. No puede tolerarlo. Las sanciones no dan resultado, pues Estados Unidos las veta. Tampoco lo harán las negociaciones, ya que Estados Unidos las bloquea. ¿Qué queda sino la fuerza? Ha estado esperando por años. Trece años en el caso del Líbano, veinte en el caso de la Franja de Gaza. Uno ya ha escuchado este argumento. La única diferencia entre éste y el que uno ya escuchó es que Saddam Hussein podría verdaderamente decir que las sanciones y las negociaciones no pueden resultar porque Estados Unidos las bloquea. Pero George Bush no podría decir lo mismo, porque las sanciones aparentemente habían dado resultado, y había muchas razones para creer que las negociaciones darían sus frutos –salvo que él se negaba firmemente a llevarlas a cabo, diciendo explícitamente que no habría negociaciones por el momento. ¿Hubo alguien en la prensa que señalara esto? No, es una trivialidad. Nuevamente, es algo que un adolescente escolarizado podría entender en un minuto. Pero nadie lo señaló, ni un comentarista ni un editorialista. Eso, otra vez, es señal de una cultura totalitaria bien dirigida. Muestra cómo la fabricación de consenso está funcionando.
Un último comentario sobre esto. Podríamos dar muchos ejemplos, podrían surgir uno atrás del otro mintras se avanza. Tomemos la idea de que Saddam Hussein es un monstruo a punto de conquistar el mundo –algo que realmente se cree ampliamente en Estados Unidos. Es algo que fue siendo insuflado en la cabeza de la gente una y otra vez: Él está por quedarse con todo. Debemos detenerlo ahora. ¿Cómo es que logró tanto poder? Estamos hablando de un pequeño país del Tercer Mundo sin una base industrial. Durante ocho años, Irak ha estado en guerra con Irán. El irán post revolucionario. Esto ha diezmado a sus cuerpos de oficiales y a la mayoría de su fuerza militar. Irak tubo un poco de apoyo en esa guerra. Fue ayudado por la Unión Soviética, Estados Unidos, Europa, los países árabes y los productores árabes de petróleo. No pudo derrotar a Irán. Pero de repente está a punto de conquistar al mundo. ¿Hubo alguien que señalara esto? Lo principal es, este era un país tercermundista con un ejército de campesinos. Ahora se concede que hubo toneladas de desinformación sobre las fortificaciones, las armas químicas, etc. ¿Pero alguien señaló esto? No, nadie, casi nadie. Típico. Nótese que esto sucedió exactamente un año después de que se hiciera lo mismo con Manuel Noriega. Un matón de poca monta comparado con el amigo de George Bush Saddam Hussein o con otro amigos de Pekín o con George Bush mismo. Comparados con ellos, Manuel Noriega es un matón de poca monta. Malo, pero no un matón de clase mundial como los que nos gusta. Fue transformado en una criatura increíble. Nos iba a destruir, liderando a los narcotraficantes. Tuvimos que movernos con rapidez y aplastarlo, matando un par de cientos o tal vez mil personas, restaurando en el poder a la pequeña, tal vez el ocho por ciento, oligarquía blanca, y poniendo a oficiales militares norteamericanos a controlar el sistema político a todo nivel. Tuvimos que hacer todo esto porque, después de todo, teníamos que salvarnos o seríamos destruidos por este monstruo. Un año después, Saddam Hussein haría lo mismo. ¿Alguien lo señaló? ¿Alguien señaló qué había sucedido y por qué? Habrá que profundizar más para obtener eso.
Nótese que esto no es muy diferente de lo que la Comisión Creel hizo en 1916-17, cuando en seis meses logró transformar una población pacifista en una histéricamente beligerante, deseosa de destruir todo lo alemán para salvarnos de los Hunos que estaban mutilando bebés belgas. Puede que las técnicas hoy sean más sofisticadas, con la televisión y todo el dinero que se invierte en esto, pero es bastante tradicional. Pienso que el tema, para volver a mi comentario original, no es simplemente desinformación y la crisis del Golfo. Es algo mucho más amplio. Se trata de si queremos vivir en una sociedad libre o de si queremos vivir bajo lo que no es otra cosa que una forma de totalitarismo autoimpuesto, con el rebaño confundido marginado, dirigido a cualquier parte, aterrorizado, gritando eslóganes patrióticos, temiendo por sus vidas y admirando con pavor al líder que los salvó de la destrucción mientras las masas educadas marchan al frente a paso de ganso repitiendo los eslóganes que se supone deben repetir, la sociedad se deteriora en los hogares, terminamos sirviendo como un estado mercenario, esperando que otros nos vayan a pagar por aplastar al mundo. Esas son las opciones. Son las opciones que hay que enfrentar. Las respuestas a esas preguntas está en gran parte en las manos de la gente exactamente como usted y como yo.

martes, 12 de enero de 2010

Manotazos

Si hoy en la sociedad hubiera consenso acerca de la ilegitimidad de la deuda externa y si los países de nuestra América Latina en bloque se opusieran a pagarla, no podríamos menos que celebrar. Pero la realidad es diferente, los organismos internacionales hace rato que nos tienen agarrados de las pelotas y Chávez paga la deuda externa, y Correa la paga y Lula y nosotros también. Ahora bien, si hay una política inteligente de desendeudamiento no estaría mal que se utilicen las reservas del BCRA en vez de recurrir a los terribles ajustes a los que nos había acostumbrado el menemismo y la Alianza.

Desde el arco opositor en general y desde los medios masivos en particular se abusó del uso del término “manotazo” en los últimos días para referirse al uso de reservas para crear el fondo del bicentenario. Se lo usó en Clarín, se lo usó en La Nación, se lo leyó en Crítica. También se lo puede buscar en el DRAE. Lo cierto es que el gobierno, volviendo a utilizar reservas para pagar la deuda logra que bajen indicadores como el riesgo país, tan utilizado en otro momento para mostrarnos lo mal que nos iba en el concierto internacional. Nadie cree que Redrado, Cobos, Prat Gay no quieran pagar, lo que quieren es hacerlo hambreando al pueblo.

Cuando la presidenta remueve de su puesto a Redrado, lo hace porque éste, funcionario puesto ahí por el poder ejecutivo, se opone con su accionar a la política económica que el gobierno elegido democráticamente quiere llevar adelante. Lo que corresponde es que Redrado se aparte y no que argumente que lo que intenta es defender el salario de los trabajadores. Si en un club de barrio, el jardinero no está de acuerdo con cortar el pasto como se lo indican, una de dos, o se calla la boca y lo hace a pesar de no estar de acuerdo o, incluso intentado convencer a sus empleadores que lo que él propone es mejor, se va. Entonces la tan mentada por los medios crisis institucional o no existe o la intentan crear.
El único manotazo que se ve acá es el manotazo de ahogado de la oposición de derecha. Dando un paso más en su afán destituyente, llenándose la boca de institucionalidad cuando lo que parecen querer es hondurizar nuestra democracia, donde una jueza de turno avala estas jugarretas, donde el principal opositor es también el primero en la línea de sucesión presidencial, y donde un funcionario se convierte en estrella mediática veraniega por desacatarse.