Para el lunes
23 de mayo, un día fresquito pero apacible, decidimos partir a media mañana al
Cerro que custodia la capital y en el que se emplaza la Fortaleza General
Artigas. Desde ahí se tiene una gran vista de Montevideo a través de la bahía
que separa el Cerro del Puerto. Lástima que era lunes y el museo estaba
cerrado. Sólo estaba Javier, un “botija” de una de las villas cercanas, que
cuidaba coches y nos hizo de guía y fotógrafo.
Seguimos con
una visita guiada al Palacio Salvo, un edificio “gemelo” del Palacio Barolo de
Avenida de Mayo en Buenos Aires, de hecho fue construido por el mismo
arquitecto. El Salvo –dicen- fue el rascacielos más alto de Sudamérica hasta
que fuera desplazado en 1936 por el Kavanagh. Nuestra guía nos llevó hasta el
último piso, y tuvimos la suerte de entrar en el loft del Arquitecto Amato, un
argentino que va y viene entre las dos orillas. Desde allí pudimos obtener las
vistas más maravillosas de la Plaza Independencia y la ciudad. Subimos al
mirador y luego bajamos al piso 11, recorrimos la terraza y varios
departamentos. Nos contaron una simpática historia de fantasmas, que parece no
debe faltar en ningún edificio que se precie de emblemático. Lo interesante, es
que sugirió que el fantasma podría ser uno de los hermanos Salvo, o su yerno
Ricardo Bonapelch, y ahí sí hay una historia interesante que Hugo Burel cuenta
de manera muy amena en su libro El caso Bonapelch.
El Palacio
Salvo funcionó en un principio como hotel, ahora es un edificio de vivienda y,
en menor medida, de oficinas. Antes de que allí estuviera el edificio funcionó la Confitería La Giralda, donde se tocó
por primera vez el tango La Cumparsita.
Hermosa y
fructífera mañana. ¿Dónde almorzar? Vamos al Café Brasilero, donde Galeano,
Benedetti y otros personajes de la cultura urguaya en general solían juntarse. Montevideo es como
un pueblo, así que sólo había que cruzar la Plaza Independencia, caminar por la
Sarandí hasta la Plaza Matriz, cruzarla en diagonal, y hacer casi una cuadra
por Ituzaingó hasta el clásico bar.
Por la tarde
fuimos al mirador de la Torre Antel, donde obtuvimos otras vistas de la ciudad,
y por la noche comimos pizza en Il Mondo Della Pizza, en 18 de Julio y
Convención.