Cuando en julio de 2014 regresaba de Río de Janeiro en auto entramos sin querer a Porto Alegre. Apenas di una vuelta manzana en la zona de la Rodoviaria y retomé hacia la ruta que cruza todo el estado de Río Grande do Sul hasta Uruguaiana. Navegar esa tierra, con nombres tan gauchos como Rosario do Sul, Alegrete, y otros, me hacían sentir en nuestras pampas, "porque lo mismo que los
hombres de otras naciones veneran y presienten el mar, así nosotros
(también el hombre que entreteje estos símbolos) ansiamos la llanura
inagotable que resuena bajo los cascos." Recordaba cuentos de Borges, donde las fronteras entre Uruguay, Argentina y Brasil eran difusas, y todo era tierra de gauchos, y así es en efecto. Ese día me prometí conocer alguna vez el sur de Brasil.
Aún no he conocido el estado en profundidad, pero hace poco más de un mes tuve la oportunidad de visitar Porto Alegre, su capital. Llegué el sábado 25 de noviembre, llovía mucho, y me fui en colectivo hasta el bairro Independência, donde Hosana y César me alojarían en un cuarto que tienen en su departamento sobre la Rua Gonçalo de Carvalho, la más linda del mundo, según dicen.
Amén de la amabilidad de los anfitriones, y lo bien que me hicieron sentir, Porto Alegre es una ciudad amable. Caminé mucho por Independência, Bon Fin, y el Centro histórico. Fui a correr al Parque Farroupilha, y también por la zona donde me hospedaba, siempre me sentí seguro.
Amén de la amabilidad de los anfitriones, y lo bien que me hicieron sentir, Porto Alegre es una ciudad amable. Caminé mucho por Independência, Bon Fin, y el Centro histórico. Fui a correr al Parque Farroupilha, y también por la zona donde me hospedaba, siempre me sentí seguro.
El mismo sábado que llegué fui al Auditorio Araújo Vianna a ver el concierto que daba Alceu Valença, luego fuimos con Hosana, César, y unos amigos de ellos a comer a la Lanchería do Parque. Yo, siempre ansioso de probar sabores locales, pedí carreteiro de charque. El domingo por la mañana caminé la Brique da Redenção, una feria parecida a la de Tristán Narvaja en Montevideo. Allí conseguí un libro de Jorge Amado a 5 reales, un mate gaúcho típico, y remeras pintadas a mano. Hay de todo.
Los primeros días de la semana tuve reuniones varias, en la Prefeitura, la Cámara de Vereadores, y en el local del PT de Porto Alegre, pero nunca dejé de recorrer la ciudad. El Mercado Público es un imperdible, allí compré tilapia y camarones para prepararles a Hosana y César un ceviche a la huguini. También en uno de sus pequeños restaurantes comí mocotó (un guiso de mondongo) con una Skol bien fría. Cuatro o cinco días después volví al mercado, esta vez para comer en el centenario restaurante Gambrinus, y volví a probar el carreteiro de charque.
Hablando de comida, en Porto Alegre también se comen unas regias carnes asadas. Al segundo día de estar, fui invitado por César a comer churrasco, asado por él. Algunas diferencias: no usan parrilla, sino que clavan los distintos cortes en varios pinchos que se clavan en la pared del asador mientras se van haciendo al carbón. Los cortes de carne que probé son picanha (cuadril), costela (tira de asado), maminha (colita de cuadril), chorizos, y pechito de cerdo, una delicia. Para comer afuera recomiendo la churrascaria Roda da Carreta, es un galpón grande donde espectáculo musical de por medio, se puede disfrutar todo tipo de carnes asadas.
Otras cosas que no hay que dejar de hacer en Porto Alegre: hacer el recorrido de la ciudad en el bus turístico, y pasear en el lago Guaíba a bordo del Cisne Branco, desde donde podrás apreciar hermosas panorámicas de la ciudad. Hablando de vistas, no te vayas sin visitar la Casa de Cultura Mario Quintana, desde cuya terraza se puede ver una bella puesta de sol. Mario Quintana fue un poeta gaúcho que vivió en ese edificio, hoy museo, cuando aún era el Hotel Majestic.
Otro paseo que hice fue tomarme el tren en la estación Mercado hasta donde termina, Novo Hamburgo, una ciudad a unos 40 km. de Porto Alegre. Siempre que te guste conocer las ciudades desde el punto de vista de un lugareño, este es un lindo paseo.
Por último, estar en Porto Alegre implica que un día lo reserves para visitar Gramado y Canela, que son un par de aldeas como sacadas de los Alpes y enclavadas en esta zona serrana de Río Grande del Sur. Ahí, aparte de numerosos puntos de interés como la Catedral de Canela, o la Cascada del Caracol, Minimundo, o la compulsiva compra de chocolate, es obligatorio probar el café colonial. Esto es vino blanco y tinto de las serras gaúchas, jugos, innumerables platos de delicias saladas, innumerables platos de delicias dulces, decenas de mermeladas, y claro, café a vontade. Juro que esa es una mesa difícil de superar.
Qué más de Porto Alegre, recorrer la Rua dos Andrades y alrededores y husmear en sus librerías (me traje Sem Rumo, Porteira Fechada, y Estrada Nova, las tres novelas de Cyro Martins que componen a trilogía do gaúcho a pé, y A Guerra no Bom Fim, de Moacyr Scliar), ir hasta la Usina del Gasómetro, tomar un café en Cidade Baixa, y charlar con su gente, los brasileros más argentinos de Brasil.
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